José Donoso cuenta en su Historia personal del «boom» una anécdota muy significativa: cuando en 1965 propuso en la Universidad de Iowa un curso sobre narrativa latinoamericana contemporánea, el responsable del área de estudios literarios de dicha universidad le sugirió que a los alumnos norteamericanos y a los docentes e investigadores les interesaría más un curso sobre poesía, donde se hablara de Vallejo, de Neruda, de Octavio Paz, de Nicanor Parra, entre otros exponentes de la mejor poesía latinoamericana de la primera mitad del siglo XX. Hasta cierto punto era lógico, por aquello de que, desde una mirada exterior, se seguía viendo a América Latina esencialmente como tierra de poetas. Pero Donoso se empeñó en hablar de novelas y relatos, dado que, por entonces, y por primera vez en la historia de las letras latinoamericanas, la narrativa había empezado a desplazar a la poesía del lugar de privilegio, y hasta de monopolio se diría, que ocupaba hasta entonces en el continente y en el Caribe. Por suerte, Donoso logró convencer a su interlocutor en la Universidad de Iowa y pudo dar aquel curso de narrativa a su antojo. A través de hechos como este el canon literario hispanoamericano comenzaría a reformularse.
Sin embargo, hubo alguna que otra tentativa de presentar un «Boom» de la poesía. Es decir, un «contra-Boom». O, al menos, se invitaba a no discriminar entre novela y poesía, sino en todo caso a mostrar el fenómeno como un hecho global, no reducido al género narrativo. Tal es el caso de Mario Benedetti, uno de los voceros de la Revolución cubana en todo el subcontinente americano, niño mimado por Casa de las Américas en los años 60 y 70 y uno de los escritores que con mayor persistencia defenderá, en su poesía y más allá de esta, con las armas de la palabra, la urgente necesidad de una revolución latinoamericana que siguiese el modelo socialista de la Cuba de Fidel Castro y de la lucha guevarista.
A finales de la década de 1960, Benedetti anduvo entrevistando para la revista Marcha de Montevideo a una serie de poetas en la órbita del socialismo marxista. Escritores como el salvadoreño Roque Dalton, el nicaragüense Ernesto Cardenal, el cubano Roberto Fernández Retamar, el argentino Juan Gelman, los chilenos Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, el mexicano José Emilio Pacheco, entre otros. Posteriormente, en 1972, esas entrevistas integrarían un volumen titulado Los poetas comunicantes, publicado por la editorial de Marcha. Inicialmente, la intención de Benedetti al idear el volumen de entrevistas no era otra que incluir en un plan global del «Boom» tanto a narradores como a poetas, según plantea en su prólogo a Los poetas comunicantes: «En un principio el proyecto incluía no solo a poetas sino también a narradores, pero de a poco fue madurando la idea de limitarlo a los primeros. Quiero aclarar aquí que esa elección no refleja estrictamente (o no es solo) una preferencia; más bien tiene el sentido de una reparación». Pero, ¿qué es lo que había que reparar?, cabría comenzar preguntándonos. Sin duda, el escritor uruguayo se refiere a la necesidad de compensar el «Boom» de la narrativa con la defensa y publicitación de la poesía, pues a su entender, vivía por ese entonces, al igual que la novela, un momento exultante, con nombres que forman hoy parte del canon de la mejor poesía latinoamericana contemporánea.
El fenómeno del «Boom», no en balde, se convierte en el asunto central del prólogo a Los poetas comunicantes, fechado en junio de 1972. Sin embargo, no será en esta fecha, ni mucho menos, la primera vez que Benedetti se refiera a los escritores del «Boom». De hecho, y para entender en la dimensión adecuada una obra como Los poetas comunicantes, pondré en diálogo con este libro una serie de ensayos político-literarios publicados por el autor entre 1968 y 1973, que fueron recogidos en dos volúmenes: uno inmediatamente anterior a Los poetas comunicantes, el titulado Letras del continente mestizo (1969); y otro, inmediatamente posterior, titulado El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974).
La crítica de Benedetti contra los escritores del «Boom» se torna lacerante a lo largo de 1968. A comienzos de 1969 da a conocer un artículo titulado «El Boom entre dos libertades», publicado en la revista Marcha en los números correspondientes al 24 y 31 de enero. No hace falta haber leído a Aristóteles para imaginarse a qué se refiere el título. El propio Benedetti lo aclara de partida: «…hay un concepto de libertad que es anterior a la revolución, y otro que es consecuencia de ese mismo impulso. Nadie mejor situado que el intelectual latinoamericano para apreciar la distancia que media entre ambas libertades». No por casualidad, y aunque publicado en una revista de Montevideo, este artículo está escrito en La Habana, donde Mario Benedetti residía por largas temporadas, y donde dirigía el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas. En ese mismo tiempo es cuando empieza a realizar algunas de las entrevistas que, a la postre, conformarán el citado volumen Los poetas comunicantes, la mayor parte de las cuales, tampoco es casualidad, está realizada en La Habana.
1968 es en Cuba un año un tanto complicado. Se cumplen diez años desde el triunfo de la Revolución comandada por Fidel Castro, y el proceso de implantación de un modelo socialista da ciertas muestras de cansancio. Sobre todo, por un asunto que trae de cabeza por entonces, y desde hace algunos años, a la dirigencia revolucionaria: la necesidad de integrar a los intelectuales en el compromiso con la Revolución. ¿Y qué tiene que ver la narrativa del «Boom» con este asunto? Pues mucho, ciertamente. En 1967 se publica Cien años de soledad, que supone la cúspide de la nueva narrativa latinoamericana, con un enorme éxito de crítica y público. Solo hace falta echar un vistazo al libro publicado en 2023 Las cartas del Boom para entender algo que señala Claudia Gilman en «Mercado y consagración: la revolución cubana y la reconsideración de la ‘nueva narrativa latinoamericana’ en la década del setenta (1961-1971)», capítulo que que integra el volumen Territorios intelectuales. Pensamiento y cultura en América Latina (2001). Gilman subraya que, hacia 1967, el núcleo duro del «Boom» (García Márquez, Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa) y los correligionarios que siguen sus pasos hablan un nuevo lenguaje que tiene que ver con las leyes del mercado: en su léxico «relumbraban y reincidían palabras como ‘tiraje’, ‘traducciones’, ‘derechos de autor’, ‘representantes’ y hasta incluirían consejos de los consagrados a los autores nuevos».
Luego llega el año 68, que inicia una época de turbulencias. Entre fines de 1967 y comienzos de 1968 debemos situar el origen del tan traído y llevado «Caso Padilla», cuando se produjo en las páginas de la revista cubana El Caimán Barbudo una agria discusión entre el poeta y crítico Heberto Padilla y el escritor Lisandro Otero, por entonces vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura de Cuba. No sentó nada bien, entre la dirigencia revolucionaria, la crítica destructiva que hizo Padilla de la novela de Otero Pasión de Urbino, dada a conocer en 1965, a la par que, e inevitablemente de forma comparativa, elogiaba Tres Tristes Tigres de Guillermo Cabrera Infante, tenido por los cuadros de la oficialidad del régimen castrista como un contrarrevolucionario, y quien, además, y para colmo, se había autoexiliado y se afincó primero en Madrid y luego en Barcelona. Él, que había apoyado inicialmente la Revolución tras su triunfo, y que había presidido el Consejo Nacional de Cultura y ocupado el cargo de subdirector del diario oficial Granma.
Las difíciles relaciones de la intelectualidad cubana con el proceso revolucionario entrañaban un posicionamiento ideológico que iba acompañado, no pocas veces, de un dilema de naturaleza geográfica: quedarse o irse, comprometerse o desligarse. Acomodarse o huir. En 1968, Benedetti publicó en la revista Marcha un poema que habla precisamente de la necesidad de ubicarse:
Señoras y señores
a elegir,
a elegir de qué lado
ponen el pie
En el ensayo titulado «Las prioridades del escritor», publicado en 1971 tras estallar el «Caso Padilla», y que se incluye en El escritor latinoamericano y la revolución posible, Benedetti sentencia en tono firme: «… se acabó la diversión. El escritor, por su sola condición de tal, no goza de ninguna inmunidad, de ningún derecho sacrosanto». En ese mismo año 71, como nos recuerda Teodosio Fernández, Fidel Castro clausura el Primer Congreso de Educación y Cultura celebrado en La Habana, cuyo lema fue «el arte es un arma de la Revolución».
Había llegado la hora de la verdad, y solo cabía mirar de frente el compromiso con la Revolución o ponerse de perfil, esto es, pensar en otras latitudes. Se diría que Benedetti agradece, en su fuero interno, que estallara el «Caso Padilla» para poder hablar al fin del meollo del asunto que tanto venía preocupando a los artífices de la Revolución cubana y no menos a los intelectuales: «Por fin explotó la bomba. Durante años, el asunto fue postergado, esquivado, pasado por alto. Pero estaba ahí. Si algo hay que agradecerle al episodio Padilla, es que de algún modo haya sido el detonante de un problema al que era necesario meterle mano: las relaciones entre cultura y revolución, con candentes subtemas como libertad de expresión para el escritor, posibilidad de crítica dentro de una sociedad socialista, inmunidad o vulnerabilidad del artista, etc.», declara el escritor uruguayo.
En varios de los ensayos posteriores al «Caso Padilla», Benedetti arremete ferozmente contra aquellos que insinúan que Heberto Padilla fue torturado; ni siquiera fue forzado a declarar lo que declaró, dice, y muestra su disgusto frente a aquellos que confiesan vivir con miedo, pues los métodos del Estado cubano distan de ser los de la Unión Soviética estalinista, asegura Benedetti. Y sin duda hay que creer al escritor uruguayo sobre esto último: la Revolución cubana supuso un refinamiento respecto a la censura. Esto me hace recordar una anécdota que le oí contar de viva voz al escritor cubano Leonardo Padura en junio de 2023 en un taller al que asistí y que tuvo lugar en Menorca, donde el autor de la muy aclamada novela El hombre que amaba a los perros habló de lo que supone escribir y publicar novela policiaca en la Cuba actual, y de las diversas técnicas disuasorias que gastan los guardianes de la Revolución. Contó Padura a los asistentes al curso cómo en una Feria del Libro en La Habana resultó que, pese a ser un autor internacionalmente reconocido, había un solo título suyo expuesto (a pesar de sus muchos libros publicados: novelas, ensayos, volúmenes de cuentos). Pero, además, se trataba de una edición en sistema braille para invidentes. Ante lo que el escritor comentó indignado: «Estamos llegando al colmo del refinamiento en Cuba: soy tan invisible, que solo pueden leerme los ciegos».
La coordenada geográfica es el eje de la crítica de Benedetti a los narradores del «Boom» («los latinoamericanos de París o Barcelona», así se refiere a ellos), quienes prefieren una revolución fallida, como la del «Mayo del 68» parisino, a una revolución triunfante, como la Revolución cubana. Y ello, piensa Benedetti, por esa tendencia enfermiza a cultivar la estética del fracaso, al entender aquellos que «la derrota es artísticamente más aprovechable que la victoria». Sin embargo, advierte el poeta uruguayo, «por lo común, las revoluciones no se emprenden por motivos estéticos, sino por razones de justicia social».
Es curioso, como señala agudamente Edgardo Dobry, que en el prólogo a Los poetas comunicantes (fechado, recordemos, en junio de 1972), no haya ni una sola mención al «Caso Padilla»; y tampoco en la segunda edición, donde, en cambio, sí que hay una actualización del contenido de las entrevistas. Más allá de este hecho singular, Benedetti da continuidad a las críticas vertidas en aquel artículo ya citado de 1969, «El Boom entre dos libertades», a saber: la deriva de aquellos escritores que viven en Europa, alejados, física y mentalmente del lugar simbólico de la Revolución, en un intento por parte de Benedetti de señalar el verdadero origen de la nueva narrativa latinoamericana, que no es Barcelona ni París ni Londres, sino La Habana. Es aquí donde, a su entender, está situado el epicentro de la Revolución, y no en otro lugar.
Al decir de Benedetti, estos narradores que se pasean por Europa han sido abducidos por la fuerza centrípeta del capitalismo, por supuesto que con ayuda de la CIA y sus tentáculos, y por ello son rehenes del mercado. En cambio, defiende que la poesía, el género contestatario por excelencia, escapa a dicha tiranía mercantilista. Como señala Juan Gelman en la entrevista con Benedetti que se recoge en Los poetas comunicantes: «El capitalismo es lo más antipoético que ha conocido la humanidad, en el sentido amplio del término». La idea la anticipa el propio Benedetti en el citado prólogo al volumen: «En el mercado del libro, y salvo rarísimas excepciones, la poesía no es considerada rentable. Aun en el caso de un editor que, después de diez novelas y otros tantos libros de ensayo, incluye en su catálogo un delgado cuadernillo de poemas, el gesto tiene siempre un carácter poco menos que misericordioso».
El entusiasmo editorial, tanto en Latinoamérica como en Europa, que lanzó a la fama a los García Márquez, los Cortázar, los Carlos Fuentes y los Vargas Llosa decidió excluir de su estrategia mercadotécnica a la gran poesía latinoamericana, como afirma Benedetti en clave de denuncia: «El boom se olvidó de traerla, quizá porque los editores más mercantiles […] llegaron a autoconvencerse de que la poesía no es negocio. ¿Cómo saberlo exactamente? ¿Acaso algún editor se animó, en relación con un libro de poesía, a bombardear propagandísticamente un mercado con el mismo empuje que generalmente dedica a sus novelistas?».
Esta es la queja, o una de las quejas, que mueve a Benedetti a componer un libro de entrevistas que titulará Los poetas comunicantes, con objeto de paliar el agravio comparativo generado por criterios de mercado. Pese al mucho ruido generado por el «Boom» narrativo, entiende Benedetti que el género con mayor vocación cívica y política en Latinoamérica fue, desde un inicio, la poesía. Lo cual, dicho en los años 60 y 70 tenía su mucha importancia, en mitad de un proceso revolucionario, el que triunfa en Cuba en 1959, con intención de expandirse por todo el continente. Hay una resistencia por parte de Benedetti, y no solo de Benedetti, también por parte de otros intelectuales de izquierda, frente a la pérdida del estatus que venía ostentando la poesía desde el siglo XIX como vehículo de denuncia, y también como proclama identitaria (que Benedetti sea sobre todo un poeta no es un hecho irrelevante). Así que, al lado de la denuncia mercantilista, hay una reivindicación del género poético como fenómeno genuino de Latinoamérica que no es mercadería ni necesita de mercaderes ni mercados. En este sentido, Benedetti se reafirma: «Una cosa es cierta: la poesía latinoamericana no necesitó del boom para situarse en un nivel óptimo. Pero ese nivel no es una novedad de estos últimos años. Antes de Parra y Cardenal, de Octavio Paz y Eliseo Diego, de Gelman y Fernández Retamar, está la formidable columna vanguardista (Vallejo, Neruda, Huidobro, Guillén, Girondo) y antes de los vanguardistas están nada menos que Delmira, Darío y Martí».
A lo largo de décadas, como es conocido, se han ido sumando, solapándose, teorías sobre el «Boom» de muy diverso signo. No cabe aquí y ahora repasar cuáles son y quiénes son sus promotores, por consabido. Digamos que Benedetti estaría en la línea de quienes explican el «Boom» a partir de la conjunción de dos factores que vienen a coincidir en el tiempo: de un lado, la aparición en unos mismos años de unas cuantas novelas de indudable calidad y originalidad, y, de otro, la intervención de editores con olfato comercial. Ahora bien, afirma sin ambages Benedetti que no es oro todo lo que reluce, que dentro del «Boom» hay que separar el grano de la paja: «… es obvio que el boom trajo en la cresta de la ola algunos nombres merecidamente prestigiosos, pero también es cierto que trajo la resaca de ciertas figuras secundarias que usufructuaron el prestigio ajeno e hicieron esfuerzos descomunales para que la ola también los levantara a ellos». Tiene el detalle de no dar nombres, pero sí alaba a figuras como Juan Rulfo, José María Arguedas o José Revueltas, que han resistido a la tentación de la fama exprés. Para Benedetti, una obra como Pedro Páramo de Rulfo representa un ejemplo claro de «contra-Boom», «porque no fue traída por la ola, […] no precisó del boom, ni de la crítica de sostén, ni de las cover-stories, ni de sonoras profesiones de fe individualistas, ni de desparpajos contrarrevolucionarios, para ser la más fabulosa realidad inventada por un habitante de estas tierras».
Sobra decir que las críticas de Benedetti a sus correligionarios que han optado por vivir en el extranjero solo pueden ser entendidas desde la lógica marxista, que ve la capitalización del «Boom» como una forma de «neocolonialismo subdesarrollante» ⎯la expresión es de Benedetti⎯ por parte de las casas editoras europeas, que a su entender brindaron siempre un trato humillante a América Latina. En opinión de Claudia Gilman, a quien cito de vuelta: «La perspectiva crítica respecto del mercado fue más fácilmente observable desde Cuba, país en donde a partir de la Revolución se había eliminado el mercado literario, la industria editorial estaba en manos del Estado y se suprimía no solo el pago de los derechos de autor sino también la idea que sustentaba la existencia misma de esos ‘derechos’».
Las opiniones de Benedetti respecto del «Boom» que vierte en Los poetas comunicantes deben decodificarse, en efecto, en el contexto histórico-cultural en que son emitidas, esto es, en la efervescencia y cuestionamiento de la Revolución cubana, en plena Guerra Fría, con el mundo polarizado, dividido entre pro comunistas (en este caso pro castristas) y pro capitalistas. Ello, desde luego, determina visiblemente la selección de poetas con los que Benedetti conversa a finales de los 60 y comienzos de los 70, todos ellos afines a la izquierda literaria, muy cercanos la mayoría a la prédica de Fidel Castro y del Che. Entregado a la causa cubana, y al planteamiento guevarista de la revolución latinoamericana, Benedetti no esconde cuáles son para él, en aquel entonces, los preceptos de un buen escritor: «Compromiso; voluntad de comunicación; sacrificio parcial y provisorio de lo estrictamente estético en beneficio de una comunicación de emergencia». O sea, hablando sin subterfugios ni retóricas: la poesía al servicio de la Revolución.
Lo que se desarrollaba por esos años en el campo literario latinoamericano, y asimismo en el europeo, no era sino la descarnada pugna entre libertad creativa y compromiso político. A este respecto, aquel artículo de Benedetti publicado en 1969, «El Boom entre dos libertades», que ha sido ya varias veces citado, concluía con estas palabras premonitorias de la fractura que se producirá entre los narradores del «Boom» latinoamericano:
Si aceptamos la posibilidad de crear un hombre nuevo, también tenemos que aceptar la posibilidad de crear, dentro del socialismo, dentro de la revolución, una nueva relación entre el artista y su contorno. […] Tengo la impresión de que cuando esa nueva relación comience a perfilarse, el boom puede llegar a partirse en dos. De un lado acaso queden los que piensan que la revolución debe hacerse inexorablemente de acuerdo a su concepción, su gusto y su confort; los que, si eso no se cumple, habrán de retraerse a su parcela individualista. Del otro lado, acaso permanezcan aquellos que, debajo de sus preocupaciones, esperanzas, frustraciones y deseos, tracen doble raya y abran cuenta nueva.
En este sentido, resulta paradigmático el caso de dos escritores, puntales del «Boom» latinoamericano, que fueron durante años íntimos amigos, además de compañeros de oficio, y que, a tenor de un suceso de índole personal, rompieron relaciones afectivas. Me refiero, cómo no, a Gabriel García Márquez y a Mario Vargas Llosa. Su amistad acabó de un golpe, nunca mejor dicho: en febrero de 1976, en un cine de México Capital, Vargas Llosa propinó un puñetazo en el rostro al autor de Cien años de soledad. No es este el lugar de entrar en detalles escabrosos no del todo aclarados, ni por supuesto detenerme en la chismografía morbosa que persiguió a ambos escritores, quienes nunca llegaron a reconciliarse después de aquella trifulca monumental. Lo que interesa ahora, en relación al vaticinio de Benedetti, es poner de relieve que uno y otro novelista tomaron caminos ideológicos divergentes: García Márquez nunca renegó de sus creencias socialistas, vivió por temporadas en Cuba y cultivó una estrecha amistad con Fidel Castro. Mientras que Vargas Llosa, que, todo sea dicho, también fue un joven entusiasta de la Revolución cubana, se distanció de la política de Castro precisamente a raíz del «Caso Padilla» y se fue instalando con el tiempo en las convicciones liberaldemocráticas. En julio de 2017, en una entrevista en formato audiovisual que le hacen a Vargas Llosa en el marco de los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid, el escritor hispano-peruano rompió su largo silencio respecto de, ya por entonces fallecido, García Márquez. No para hablar, desde luego, de aquel turbulento pasaje protagonizado por ambos escritores, sino para dar una interpretación personal acerca del posicionamiento político del Nobel colombiano. Antes de aportar su opinión particular, Vargas Llosa refiere la versión de uno de los amigos más cercanos de García Márquez, el también escritor colombiano Plinio Apuleyo: «La tesis de Plinio Apuleyo es que García Márquez sabía que muchas cosas andaban mal en Cuba. Él tenía la idea de que América Latina debería tener un futuro socialista, y que, de todas maneras, aun cuando muchas cosas no funcionaran en Cuba como debía ser, Cuba era una especie de ariete que estaba rompiendo el inmovilismo histórico de América Latina, y que estar con la Revolución cubana era estar a favor del futuro socialista para América Latina». Y enseguida añade su propia interpretación: «Yo soy menos optimista. […] Yo creo que García Márquez tenía un sentido muy práctico de la vida. […] Descubrió en ese momento fronterizo que, digamos, era mucho mejor para un escritor estar con Cuba que estar contra Cuba. Se libraba del baño de mugre, por ejemplo, que recibimos todos los que optamos por una postura crítica. […] De alguna manera, enemistarse con Cuba, criticar a Cuba, era echarse encima un enemigo muy poderoso, y además exponerse a tener que estar en cada caso, en cada situación, tratando de explicarse y justificarse, demostrando que no eras un agente de la CIA, que ni siquiera eras un reaccionario o un pro imperialista, es decir, tener la vida mucho más difícil. Mi impresión es que, de alguna manera, la amistad con Cuba, la amistad con Fidel Castro, a él lo vacunó en cierta forma contra todas esas molestias que podían ser muy largas, muy pesadas».
La poesía al servicio de la Revolución dejaba poco margen a la imaginación, a la creatividad sin cortapisas ideológicas. A la literatura fuera de toda consigna, de toda disciplina. Uno de los poetas que entrevista Benedetti y cuya conversación se incluye en el volumen Los poetas comunicantes es el argentino Juan Gelman, antes mencionado. Apadrinado por el poeta porteño más representativo de la izquierda literaria, Raúl González Tuñón, Gelman fue en su juventud el niño mimado del Partido Comunista Argentino (PCA). Los poemas que integran su primer libro, Violín y otras cuestiones (1956), no en balde prologado por González Tuñón, siguen a pies juntillas los dictados del realismo social: hablan de los obreros, de los desocupados, de la Guerra de Corea, de la esperanza, del porvenir… «La vida es roja como la buena sangre. Dura y alegre, nunca viste de gris». Porque la Revolución hacía renacer lo colectivamente feliz. En cambio, cuando años más tarde Gelman da a conocer Los poemas de Sidney West (1969), que sitúan al lector en un lugar del sur de los EE. UU. que podría ser, pongamos, Oklahoma, y donde el hablante socialista se disuelve, se hace añicos para dar paso, desde otra voz que ya no es suya, a una pulsión surrealista, que atraviesa paisajes y personajes propios de aquellas latitudes que poco o nadan se parecían a los barrios obreros de Buenos Aires, el aparato del Partido lanzó contra Gelman duras críticas. El pibe de Villacrespo, ya crecido, se había descarriado, al tomar una senda que no era propia de un poeta comunista a la manera de un González Tuñón o un Álvaro Yunque o un Roberto Mariani, por no salir del campo literario-ideológico de Argentina. El resultado fue que Gelman rompió amarras con el PCA, y siguió, a su manera, una senda poética particularísima, sin duda una de las más ricas de toda la poesía contemporánea en lengua española. De algún modo, en su entrevista con Benedetti, que coincide con ese momento de ruptura con el Partido, Gelman le manda este aviso al escritor uruguayo respecto de esa poesía socialista que, sujeta a los principios revolucionarios, debía ponderar la comunicabilidad por encima de cualquier pretensión artística: «Si me preguntás si me quiero comunicar, te contesto que sí; si me preguntás si estoy dispuesto a sacrificar algo para comunicarme, te digo que también. Pero de ninguna manera pienso renunciar a lo que aparentemente pueda ser difícil de entender». Y poco más adelante apostilla: «No creo que [César] Vallejo, por ejemplo, debiera renunciar a Trilce». Publicado en 1922, es este uno de los poemarios más complejos y ricos de la poesía latinoamericana moderna.
En cambio, otros poetas de la misma generación que Gelman, y asimismo escritores de generaciones inmediatas posteriores, sucumbirían al llamado revolucionario, determinando con ello su lugar en la historia. El «Boom» latinoamericano, sin duda el denominado «cogollito» (a saber: García Márquez, Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes) no resistió las rígidas costuras que quiso imponer la Revolución cubana, como se trasluce en las cartas cruzadas recientemente publicadas. Y de todas formas, la nueva novela latinoamericana siguió su curso por distintas rutas, dando en los años 60 y 70, por el efecto del «Boom», el sorpaso a la poesía, que desde los años de las independencias americanas, y a golpe de centones y florilegios, y luego de poetas áureos, había mantenido durante más de un siglo su lugar de privilegio como discurso cívico de la América del sur.
Ilustración: Retrato de Mario Benedetti por David Durán García. Via Creative Commons.