Autor: Gerard Toutain

Ninguna parte

Puede que incomode preguntarse por enésima vez qué son las humanidades y por qué hay que lamentar ⎯si es que hay que lamentarlo⎯ su decadencia, pérdida, corrupción o como se quiera llamar a eso que parece que les ha ocurrido entre el siglo XVII y la actualidad, y puede que incomode porque no es descabellado pensar que la respuesta que vamos a ofrecer aquí pudiera ofender especialmente a los que creen ser sus acérrimos defensores.  Lo primero que seguramente es necesario aclarar es que, aunque vamos a manejar aquí el concepto de «humanidades» sin darle de entrada una definición precisa, y por lo tanto conservando aparentemente su significado usual, lo cierto es que enseguida se verá que para nosotros adquiere de hecho connotaciones y matices que cambian completamente su sentido. Ese sentido, resumido, es lo que intentaremos presentar aquí, aunque puede que este espacio sea demasiado breve para que tengamos éxito.  Si la pregunta sobre la decadencia de las humanidades se la hiciéramos a los presuntos expertos, es más que probable que tuviéramos que aguantar …

La quimera de la diversidad cultural

Cuando dialogamos con alguien, lo más habitual es que nuestro interlocutor quiera imponer no solo su opinión sobre el tema, sino también el marco conceptual que delimitará la discusión. Si aceptamos su lógica, la conceptualización del tema sobre el que debatiremos, es probable que hayamos caído ya en su telaraña y nada nos pueda liberar de sus redes: se acabó el diálogo.  Pongamos que nos disponemos a discutir honestamente sobre la naturaleza de Dios con un creyente. O con un ateo, que para el caso es lo mismo. Aquí «honestamente» quiere decir que trataremos de desentrañar todos los elementos que componen el concepto de Dios con la finalidad de llegar a entenderlo sin dejar nada en el tintero y sin caer en dogmas. Al inicio del diálogo, tanto el creyente como el ateo tratarán de llevar la discusión al terreno de la existencia o no existencia de Dios. Es decir, querrán que asumamos que la pregunta por la existencia es adecuada para abordar el tema de Dios. Si aceptamos esos términos, hemos caído ya en …

Dogmas modernos

Leemos a veces noticias sobre presuntas terapias milagrosas capaces de curar las peores enfermedades. Yo qué sé: que frotarse una cebolla por el pecho cura el cáncer, o lo que sea. La reacción de la ciencia ante tales afirmaciones es, como tiene que ser, de rechazo, y por supuesto de una comprensible desesperación cuando algunas de estas ideas de bombero se extienden; como aquello de que la nieve está hecha de plástico porque se mancha de negro y no se derrite cuando le acercas la llama de un mechero. Los científicos, y muy acertadamente, ponen el grito en el cielo ante tales disparates.   Ahora voy a poner yo el grito en el cielo por otro tipo de disparates, unos que provienen no de la pura ignorancia, sino de ciertas actitudes cientificistas, y que parten de un conjunto de creencias más comunes de lo que parece: por ejemplo, se cree que las instituciones religiosas —y en particular la Iglesia Católica en Europa— son las responsables de haber retenido el progreso de la ciencia durante toda la …

La democracia frente al nacionalismo

Algo que caracteriza la forma de entender el conocimiento en la Modernidad (digamos: del siglo XVII en adelante) es su carácter provisional. Todo saber ha de poder ser revisado, mejorado, refutado… sustituido, en definitiva, por otro nuevo, y así sucesivamente ad infinitum. La verdad es, pues, modernamente, algo que se persigue y nunca se consigue. Esa es una de las muchas maneras en las que es posible expresar el espíritu moderno, pero tiene, en relación con otras, la ventaja de no servirse de consignas preestablecidas. El conocimiento empírico es irremediablemente contingente.  Un tiempo que no acepta verdades indiscutibles, ¿cómo podría dar por válida una forma de gobierno que presentara ciertos contenidos como verdades universales? De ahí que la forma política característica de la Modernidad —la civil society— sea aquella en la que se establece por principio que ningún contenido es sagrado, precisamente porque la duda pende con su filo cortante sobre cualquier presunta verdad. Es por eso por lo que lo político, modernamente, no puede jamás fundamentarse en contenido alguno, sino en libertades —esto es, …

El suicidio como problema moral

Ballard dejó escrita en su novela The Drowned World una frase que más tarde hizo fortuna en las redes sociales a manos de miles de usurpadores de la propiedad intelectual: «I know. Alcohol kills slowly, but I’m in no hurry». A veces se dice, normalmente de alguien que ha muerto por el consumo abusivo de sustancias, que se ha suicidado lentamente, y se dice para indicar que tenía una personalidad autodestructiva, que para él no tenía sentido la vida, que fue algo calculado y voluntario. Sin embargo, es probable que nadie se tome muy en serio la afirmación de que se trata verdaderamente de un suicidio, porque se supone que el suicidio es una acción que no puede superar cierta extensión de tiempo. Exactamente, ¿cuánto tiene que durar para que pueda ser considerada suicidio? Esta pregunta no se puede tomar en serio sin caer en arbitrariedades.  Entonces, ¿dónde está el suicidio? Seguramente reside solo en el fondo de un reproche moral. Hay acciones que, ciertamente, consumen la vida deprisa, y otras que la consumen lentamente, …

La sombra de Dios

Escribe Nietzsche en Die fröhliche Wissenschaft (La gaya ciencia o El alegre saber), en el párrafo 108:  «Nuevas luchas. — Después de que Buda muriera, su sombra —una sombra monstruosa y horripilante— se proyectó aún durante siglos en una cueva. Dios ha muerto: pero tal y como es la naturaleza de los hombres, habrá, quizá aún durante milenios, cuevas en las que se proyecte su sombra. Y nosotros… ¡nosotros aún tenemos que derrotar a su sombra!» Esa sombra de Dios se extiende hoy por todos los rincones. La pérdida de Dios —o, si se quiere, de la consistencia y el sentido de las cosas— no dio como resultado almas errantes sin horizonte, sino la multiplicación sin fin de las identidades, las creencias, las esperanzas y los sentidos. La sombra de Dios son los valores, los principios en los que el hombre cree encontrar refugio. Cada hombre es esa cueva en la que el Dios muerto proyecta su oscuridad. De todas las apariencias bajo las que la sombra de Dios se presenta en forma de principios …

Sobre la presunta universalidad del más allá

Es una idea compartida por la gran mayoría de la gente de hoy que en todas las culturas, actuales o pretéritas, primitivas o desarrolladas, podemos encontrar la necesidad de un más allá, que en todas partes se extiende la creencia de que a este mundo que vemos subyace (o sobre-yace) otro, que no percibimos pero que sostiene la débil presencia del que sí percibimos; que de algún modo hay algo más allá (o más acá) que transciende a los pobres mortales. Es, además, convicción de esa misma gente el suponer que eso ocurre porque es connatural al hombre cierta categoría antropológica de carácter universal, a la que podríamos llamar «religión», que comporta la posibilidad de otro mundo, de modo que, aunque pueden existir individuos particulares capaces de rehuir toda creencia, difícilmente podría existir una sociedad completamente ajena al más allá o, si se prefiere, ajena a dios, a un creador superior e incomprensible que se encuentra fuera de nuestro alcance, etcétera.  Se dirá quizá que forma parte del trasfondo de toda cultura conocida el llenar …

Impresiones helenísticas sobre morfemas (y su recepción delirante)

Por lo menos desde Dioniso de Tracia los gramáticos han aceptado la división de lo que suele llamarse «género» (génos) en «masculino» (arsenikón), «femenino» (thelukón) y «neutro» (oudéteron) para referirse a ciertos morfemas de las lenguas indoeuropeas, o bien solamente en «masculino» y «femenino» en aquellas en las que solo se identifican dos, como en castellano. Dioniso parece recoger ya una tradición (por ejemplo, cuando nos dice que algunos «añaden a estos [géneros] dos más»), de modo que seguramente algunas de las categorías que hallamos en el texto de Dioniso eran comunes y bien arraigadas. Los nombres con los que Dioniso describe la lengua son, en general, de carácter —digamos— impresionista. Por ejemplo, se llama a la flexión ptôsis, que en griego significa «caída». Se percibe, por tanto, la flexión (nominal y verbal) como una caída (aunque se aplica sobre todo a ciertos morfemas de la flexión nominal). Los nombres elegidos son percepciones que se expresan de un modo muy plástico, casi se podría decir que poético. La ptôsis se tradujo en latín como casus, …