Hoy se cumplen siete años de la muerte de Peter O’Toole, actor en más de sesenta películas, unas setenta obras de teatro, y protagonista de una rara entrevista que le hizo Gay Talese, en la que el gentleman refinado se muestra como un hombre desquiciado, autodestructivo y obsesionado con su personaje en Lawrence de Arabia, basado en el coronel Thomas Edward Lawrence.
La entrevista empieza en un avión que se dirige al país natal del actor, Irlanda. O’Toole es ya un actor de éxito que ha ganado el suficiente dinero como para comprarse una casa en Londres con diecinueve habitaciones y decorarla con cuadros de Jack B. Yeats, pero le explica a Talese lo difícil que es para él verse a sí mismo en la película de David Lean que supuso su salto a la fama. No puede soportar ver cómo la pantalla muestra su rostro con veintisiete años en un plano para, acto seguido, pasar a otro en el que tiene veintinueve, y comprender que se han esfumado dos años de su vida en ocho segundos. «Cómo duele ver todo esto solidificado, embalsamado», se lamenta. Esto lo lleva a despreciar el cine, al que se acaba refiriendo como «unas jodidas fotografías en movimiento», y a abrazar el teatro, que él describe como «el Arte del Instante». «Estoy enamorado de lo efímero y odio lo permanente», concluye. La pataleta es conmovedora: es evidente que O’Toole estaba celoso, como Dorian Gray, de todo aquello cuya belleza nunca muere. Para él, ver Lawrence de Arabia era ver, cada vez desde más lejos, su mejor papel, interpretado además con su mejor rostro. No es de extrañar que a un personaje tan vanidoso como él —siendo fotógrafo en el Yorkshire Evening News decidió que, aunque el trabajo le gustaba, prefería dedicar su tiempo a trabajar en su propio éxito que a retratar el de los demás— también se le terminara haciendo insoportable vivir bajo la sombra del retrato de sus propios éxitos.
Se sabe que cuando Noël Coward vio Lawrence de Arabia dijo que, de haber sido su protagonista tan solo un poco más guapo, la película tendría que haberse llamado Florence de Arabia. O’Toole era, como dice Camille Paglia en Sexual Personae a propósito de Dorian Gray, una persona transformada en objet d’art. Él mismo explicaba en una entrevista que al comienzo del rodaje de Lawrence de Arabia utilizaron un doble para los planos largos en el desierto, hasta que en un momento Lean le hizo mirar a su doble a través de la lente de la cámara y le dijo: «¿Lo ves? No hay poesía». La anécdota recuerda al «¿Usted ha visto a Henry Fonda andar? Pues eso es el cine» de John Ford.
El cine de Hollywood se ha fundamentado desde sus orígenes en las estrellas, a las que se les confiere un carácter sublime. «El siglo XX no es la era de la Ansiedad, sino la era de Hollywood —dice Paglia—. El culto pagano de la personalidad ha sido resucitado y domina todo arte, todo pensamiento. Es moralmente vacío, pero ritualmente profundo». Florence Lawrence, la primera estrella de cine, se hizo famosa después de que su productor anunciara su muerte para que cuando volviera a salir en la pantalla causara furor, dotando a su oficio de un componente mágico ya desde sus inicios. Se suicidó en 1938 ingiriendo veneno para hormigas. Como explica Mark Cousins, creó un modelo de estrellato: «explosión, fama, tragedia». En China, la actriz Ruan Lingyu también se suicidó el año 1935 a los 24 años. Su cortejo fúnebre tenía cinco kilómetros de largo y hubo tres mujeres que también se quitaron la vida en el camino. Las estrellas están a menudo envueltas en un halo trágico y misterioso, que se asocia muchas veces a una vida privada de vicios y excesos. Se sabe que O’Toole tuvo más de 1.033 amantes, y era conocida también su afición a la bebida. Sin embargo, en las entrevistas se desenvuelve siempre con una elegancia regia; con un aire candoroso, casi virginal.
«No podías apartar la vista de él —decía Richard Burton de su compañero de reparto en Becket—. En general, actuar se considera un oficio, y creo firmemente que no es nada más que eso, excepto en manos de los pocos hombres y mujeres que, una o dos veces en la vida, logran elevarlo a algo extraño, místico y profundamente perturbador. Creo que Peter O’Toole tiene esta extraña cualidad.» Es el carisma del que habla Paglia, que «mana de la simplicidad o unicidad del ser y de una compostura y vitalidad controlada». Para Paglia, la persona carismática aúna elementos masculinos y femeninos: las mujeres carismáticas tienen «una fuerza y una severidad masculinas»; los hombres carismáticos «poseen una fascinante belleza femenina». O’Toole, como Dorian Gray, estaba dotado de este carisma. En Lawrence de Arabia no hay ningún personaje femenino importante, y parece que todo lo que tiene la película de femenino esté contenido en su protagonista.
Cuando Sian Philipps, la única mujer con la que se casó O’Toole, se divorció de él después de diecisiete años de matrimonio, escribió un libro en el que explicó lo «tempestuoso y desigual» que fue su matrimonio con «una estrella egoísta». «Siempre tuvo un aura —explicaba—. Ya fuera el acomodador o Lord Plod sentado en el palco real, todos pensaban que les estaba hablando. Cuando nos fuimos de vacaciones por primera vez, nos asaltaron. La gente quería viajar con nosotros, hablar con nosotros. Él no había hecho nada entonces, no era famoso, pero incluso cuando no era nada, por así decirlo, sabías que era algo.» Dorian tiene un efecto parecido en los demás en la única novela que escribió Wilde: todo el mundo queda sometido a su belleza.
La carrera de O’Toole no envejeció bien: era dos años más joven que el recién fallecido Sean Connery y sin embargo ahora parece que fuera de una generación anterior. Cuando hizo su último papel protagonista en la película Venus, ya hacía muchos años que no interpretaba a un personaje principal. Por todo esto, resulta algo difícil creerle cuando, en una entrevista el año 2004 a propósito de un recién adquirido premio a «viejo del año», dice estar en completo desacuerdo con todo lo que se ha escrito sobre la vejez y asegura que para él es fantástica. O cuando, después de que le extirparan parte del estómago y los intestinos en una operación que casi le cuesta la vida, decía que si no bebía era porque «ya no le apetecía», y no porque era lo que le recomendaban los médicos. Parece más bien que no pudiera aceptar que la naturaleza hubiera «invadido el palacio del arte», como dice Paglia de Dorian. «I’m human, bloody human», dijo el actor en una entrevista cuando le preguntaron si sería capaz de volver a amar.
Por suerte, Lean lo retrató en los años en los que logró pertenecer al mundo de los dioses, en una de las grandes películas de la historia del cine. Luego tuvo que volver al vulgar mundo real, en el que el deterioro es inevitable. Hoy hace siete años que O’Toole murió, y ya hace ochenta y cinco que el coronel T. E Lawrence fue víctima de un fatal accidente de moto, ambos dejando tras de sí a un Lawrence que sigue tan bello y fascinante como siempre.
Foto: Peter O’Toole en el personaje de Lawrence de Arabia, de West Candela, via Wikimedia Commons