Pensamiento

Impresiones helenísticas sobre morfemas (y su recepción delirante)

Por lo menos desde Dioniso de Tracia los gramáticos han aceptado la división de lo que suele llamarse «género» (génos) en «masculino» (arsenikón), «femenino» (thelukón) y «neutro» (oudéteron) para referirse a ciertos morfemas de las lenguas indoeuropeas, o bien solamente en «masculino» y «femenino» en aquellas en las que solo se identifican dos, como en castellano. Dioniso parece recoger ya una tradición (por ejemplo, cuando nos dice que algunos «añaden a estos [géneros] dos más»), de modo que seguramente algunas de las categorías que hallamos en el texto de Dioniso eran comunes y bien arraigadas. Los nombres con los que Dioniso describe la lengua son, en general, de carácter —digamos— impresionista. Por ejemplo, se llama a la flexión ptôsis, que en griego significa «caída». Se percibe, por tanto, la flexión (nominal y verbal) como una caída (aunque se aplica sobre todo a ciertos morfemas de la flexión nominal). Los nombres elegidos son percepciones que se expresan de un modo muy plástico, casi se podría decir que poético. La ptôsis se tradujo en latín como casus, y de ahí nuestra palabra «caso» para referirnos a ciertos morfemas de algunas lenguas flexivas. Por azares históricos diversos, resulta que este ejemplo, el de ptôsis, no nos produce ninguna extrañeza y enseguida comprendemos que se trata de un término técnico, más o menos afortunado —puede parecernos curioso que se perciba la flexión como una caída—, para designar un elemento de la lengua que realmente tiene poco que ver con el uso de la palabra en la lengua común. 

No pasa lo mismo, en cambio, con el género gramatical y su subdivisión en masculino y femenino. Pero se trata sin duda de lo mismo: términos técnicos, más o menos afortunados, usados para designar un aspecto de la lengua, cierto tipo de morfemas propios del nombre. Sin embargo, ahí sí que muchos de nuestros contemporáneos perciben una coincidencia entre el término y aquello que el término delimita. Se piensa luego, quizá, que por darse esa coincidencia el término es más apropiado, y se suele olvidar el carácter técnico de la descripción, y la naturaleza sin duda no material de lo que se está describiendo: la estructura de una lengua. 

Como se percibe que los términos son apropiados, se cree que es relevante el hecho de que en una lengua ciertos nombres hayan recibido el género masculino y otros el femenino, de modo que llegan a escribirse tonterías como que «poesía es nombre de mujer», etc. Sea como fuere, de lo que no cabe ninguna duda es de que los nombres originales son históricamente desafortunados, porque dan la impresión de estar describiendo algo material, algo físico, cuando en realidad lo que hay es, digamos, tipos de morfemas que se distinguen por algún elemento los unos de los otros y que son propios de algunas palabras, las que llamamos sustantivos, y prestados en otras, las que llamamos adjetivos. Si, por ejemplo en castellano, distinguimos dos tipos de géneros, A y B, será verdad que un pequeño número de los sustantivos que poseen los morfemas de tipo A designan de hecho físicamente individuos de sexo femenino, y que los sustantivos con morfemas de tipo B designan individuos de sexo masculino. También será verdad lo contrario, que un pequeño número de sustantivos que poseen morfemas de tipo A designan o pueden designar individuos de sexo masculino, y que un pequeño número de sustantivos que poseen morfemas de tipo B pueden designar individuos de sexo femenino. Por ejemplo: tortuga sería un sustantivo de género A que sin embargo bien puede referirse a un espécimen de sexo masculino, mientras que sapo sería un sustantivo con morfemas de tipo B que bien podría designar un espécimen de sexo femenino. Es decir, que ni siquiera en los casos en los que podría darse que el género de una palabra coincidiese con el sexo del ente físico al que se refiere, ni siquiera en esos casos se cumple esa identidad, de modo que parece obvia la conclusión: el género gramatical es una entidad no material y su origen no tiene nada que ver con el sexo biológico. Los nombres originales son nombres técnicos y es absurdo pensar que esta circunstancia —que Dioniso de Tracia, o la tradición precedente, quisiera llamar así a ciertos morfemas— tenga que determinar nada.


Foto: Dioniso de Tracia, Tékhne grammatiké (Arte gramática), via Bodleian Library MS.