Destacado, Política

El Sueño Chino de Jinping

El Sueño Chino hizo titulares en el encuentro de Davos de finales de enero pero seguimos prefiriendo las páginas de La montaña mágica con el Davos que describió Thomas Mann. Ese Sueño Chino, presentado por un líder de singular energía como Xi Ping, tampoco tiene que ver con los valores del American Dream sino con la voluntad neototalitaria de situarse en el punto neurálgico de una nueva esfera de influencia, económica y geopolítica. Xi Jinping tiene la energía de un emperador a la antigua usanza, cuya muralla china zigzaguea bloqueando autopistas digitales. Con Biden tomando posesión y todavía en el fragor del infamante momento norteamericano que va del asalto al Capitolio a la despedida de Donald Trump, Jinping fue al Foro Económico Mundial de Davos y se explayó como líder de la gran potencia global. Estaba agitando pastoralmente la rama de olivo en los escenarios de la Unión Europea.

Habló de «crecimiento inclusivo», «coexistencia pacífica», «gobernanza global» y «desarrollo verde». En contraste con las escalinatas del Capitolio, tuvo un esplendor mediático muy pasajero porque Pekín suprime la disidencia de Hong Kong, mantiene un millón de chinos musulmanes en campos de internamiento, niega explícitamente la separación de poderes y sus aviones de combate siguen internándose en el espacio aéreo de Taiwán. Ha sido un desacierto la hipótesis de un Jinping amoldado según el paradigma Deng porque no lidera una «perestroika» sino un maoísmo de coerción digitalizada con más de 400 millones de cámaras de reconocimiento facial. Como prueba de que la moral internacional a menudo es un abalorio, esa China ha conseguido ser vecino de medio planeta, hasta el punto de que los analistas del Council on Foreign Relations dicen que estamos casi en el punto en que el mundo va bifurcándose, entre «uno liderado por China y tal vez Rusia y otro formado por los Estados Unidos y sus aliados asiáticos y europeos». En 1980, China e India tenían la misma dimensión económica, pero en 2020 el crecimiento chino se había multiplicado por cinco. 

De modo aún más terrenal, el Sueño Chino busca resarcirse de los años de humillación infligida por Occidente. Cuenta con agregarse Taiwán y con el megapotencial tecnológico, un ejército muy imbricado con el poder político, una industria militar altamente expansiva y la revitalización leninista y nacionalista de un Partido Comunista cuyo sistema tentacular abarca las grandes decisiones empresariales y el control de la libertad mediática a semejanza de Rebelión en la granja de George Orwell, una granja por la que circulan la mitad de los coches eléctricos del mundo. Además de su capacidad económica todavía rampante, cuenta con una diplomacia belicosa y coercitiva, la sustracción constante de la propiedad intelectual ajena o el despliegue militar en el Mar del Sur de China. 

Jeremy Page, el hombre del The Wall Street Journal en China como antes lo fue de Reuters, explora con gran precisión la anatomía del régimen de Xi Jinping, expansivo e hipernacionalista, combinación de «manu militari» y teléfono rojo del Partido Comunista, al tiempo que ha triturado los límites de mandato con un despliegue autocrático de inusitado dominio control tecnológico. En el Sueño Chino subyace más un «remake» de Mao con techumbre de alta tecnología que el pragmatismo económico de Deng. En su libro de 2017 sobre JinPing, François Bougon de Le Monde sostiene que si la China actual consigue conjugar el neoautoritarismo y la innovación tecnológica será la dictadura perfecta del siglo XXI.  Pero incluso en sus fases de debilidad, desconcierto y tensiones internas, el mundo occidental sigue contando con los arsenales de la inteligencia libre. 

Con el conocimiento a posteriori de todo lo que ha ocurrido en China, parecería que los cálculos de la escuela realista fueron un gran error, desde la «diplomacia del ping-pong» urdida por Nixon y Kissinger, la duplicidad de George H. W. Bush con la matanza de Tiananmén en 1989 y ahora la acomodación inicial con la geoestrategia del Sueño Chino. Pero la realpolitik no se hace con una bola de cristal sino, precisamente, porque ninguna nación tiene poderes para prever el futuro y saber exactamente cómo defender sus intereses. Por eso el realismo político es el mal menor en la política internacional desde el Congreso de Viena, la Comunidad del Carbón y el Acero hasta los tiempos globales.

Durante su único mandato (1989-1993), Bush padre tuvo que afrontar el final de la Guerra Fría, la reunificación de Alemania —con más acierto que Mitterrand o Thatcher—  y, en el momento —ya tan olvidado— en que Saddam Hussein invadió Kuwait, tejiendo una amplia coalición internacional a la que el Consejo de Seguridad dio luz verde. En cuanto a su actitud después de la matanza de Tiananmén, se trataba de dar margen a Den Xiao Ping después de los años genocidas de Mao, con las carnicerías de la Revolución Cultural y el Gran Salto Adelante. Como demuestra la obnubilación intelectual de Europa ante la insania del Libro Rojo de Mao, durante unos años se fue más efusivo con el maoísmo que con lo que ya era arterioesclerosis soviética. Todavía hay quien prefiere no leer los escritos sustanciales de Simon Leys sobre la Joven Guardia Roja.

En realidad, la «diplomacia del ping-pong» sirvió para arrinconar a Rusia y es una equivocación olvidar el conflicto chino-soviético de 1955-1965, aun a costa de que la China comunista ocupase un sillón en el Consejo de Seguridad desplazando a Taiwán. Del mismo modo, la intervención para liberar Kuwait fue un éxito aunque, al seguirse los acuerdos de la ONU, las tropas de la coalición no llegasen a Bagdad. 

Se dan interpretaciones contrapuestas al considerar que la condena que Bush padre hizo de la matanza de Tiananmén tuvo en paralelo una diplomacia —secreta— de comprensión para salvar la relación bilateral urdida por Kissinger. Bush le escribió a Deng que su condena de los hechos había sido la de un presidente pero que su intención no era interferir más en los asuntos internos de China. En los años setenta, Bush había sido representante de los Estados Unidos en Pekín antes de dirigir la CIA, cuando la embajada norteamericana todavía estaba en Taipei, antes del «volteface» de Nixon. 

Con lo que ahora sabemos, es fácil condenar a Bush por su actitud de apaciguamiento, pero no sabemos qué hubiese ocurrido con las reformas lideradas por Deng si China se hubiese retraído en caso de un aislamiento internacional a causa de la brutal represión en Tiananmén. Y a la vez Bush decretó el asilo político para el disidente Fang Lizhi. Un efecto colateral de la posición de Bush fue que China no ejerció el veto en el Consejo de Seguridad cuando Washington requería consenso para despejar a Saddam Hussein de Kuwait en 1991. Del mismo modo, años después, ¿quién podía prever que Jingping iba a inyectar esteroides en la reliquia de Mao?  

Al final de su ensayo sobre Jinping, François Bougon habla de una era nueva en la que China se ha olvidado ya de mantener un perfil bajo dando por sentado que el modelo capitalista está agotado y no exclusivamente debido a la crisis financiera de 2008, pero desde Occidente la pregunta fundamental es si la China de Jinping puede superar sus incertidumbres existenciales y garantizar, en la medida en que eso es posible, una estabilidad duradera. El Sueño Chino consiste en ofrecer al mundo, de modo precario y siempre al sesgo, una «solución» autocrática con fragilidades económicas y la inseguridad jurídica propia de un déficit aparatoso de Estado de Derecho. Un Estado de Obras tecno-global, surcado por proyectos como la Nueva Ruta de la Seda e infraestructuras digitales globalmente invasivas, ¿puede mantenerse si en Pekín el Partido entra en tensiones endógenas? Según Bougon, cada vez son menos los analistas que prevén reformas evolucionistas que modulen la China neototalitaria, e incluso los que en los noventa auguraban una era Gorbachov confuciana ahora lo ponen en duda, hasta el punto de referirse a un final de régimen. Es el caso destacado del profesor David Sambaugh, considerado uno de los mejores conocedores de la política asiática. Habla de un naufragio que será tumultuoso y violento. Probablemente lento, con luchas internas en el Partido Comunista que pusieran fin a la omnipotencia de JinPing.    

De acuerdo con uno de los preceptos del realismo formulado por Morgenthau, en el paisaje internacional las naciones se definen y actúan para asegurar sus intereses nacionales en términos de poder —no de moral o ideología—. Para los intereses de Occidente y, concretamente, de la Unión Europea, la cuestión es, sin renunciar a la competencia económica, cómo coexistir con China reduciendo al máximo los daños y la posibilidad de choque, para no arriesgarnos a un atardecer distópico. Para la Unión Europea la mejor forma de no tropezar es tener fuerza para simultanearla con la norma. 


Foto: Perfil de un dragón negro chino, via Wikimedia Commons