Una revolución pendiente (glosa de Ortega)
Benjamin Constant insistió en la imposibilidad de que existiese una sociedad libre sin el cumplimiento efectivo de lo que llamó «principio eterno»: la limitación de todo poder; también el de la soberanía popular, en la que necesariamente descansa la legitimidad de la representación política en democracia, y que Constant, tras presenciar los desmanes de la Revolución francesa y la instauración del Terror en nombre de la justicia, ya vio como una fuente de despotismo tan o más temible que la monarquía absoluta. Desde su visión liberal progresista de la historia, coincidía en eso no solo con Madame de Staël y con Stuart Mill, sino también con los grandes pensadores liberales de tendencia conservadora como Edmund Burke y Aléxis de Tocqueville. Si la protección de la libertad ha de ser, en última instancia, el sentido de toda acción política —como quería Burke—, no puede haber nada más contrario a la política que la imposición, por parte de una mayoría, de una supuesta voluntad general, obtenida siempre por propaganda emocional y representada siempre por una camarilla que …