En su ensayo reciente, El suicido de Occidente (Ediciones Encuentro), la profesora Alicia Delibes Liniers (1950) analiza con gran lucidez las ideas que han llevado a los sistemas educativos de los países occidentales a renunciar a su cometido fundamental: la transmisión de saberes. Delibes escribe con la autoridad que le confieren su experiencia de más de cincuenta años como profesora de matemáticas; su gestión en la Consejería de Educación de la Comunidad Autónoma de Madrid, y la lectura atenta de todos los autores que mejor explican los orígenes de este problema –Hannah Arendt, Tocqueville, Jean-François Revel, Raymond Aron y muchos otros–, cuyas ideas expone con la claridad y erudición de los mejores maestros.
P. En su ensayo analiza la decadencia del sistema educativo actual a través de un recorrido por las teorías sobre educación de los últimos doscientos cincuenta años. ¿Cuál diría que es el origen de los problemas que afectan hoy a la educación?
Alicia Delibes Liniers. La clave de todo está en la Revolución Francesa, en las diferencias que había entre los jacobinos y Condorcet, que no era girondino pero era amigo de ellos. La idea de Condorcet es que la instrucción es parte de la educación, y que la labor del Estado es instruir a los ciudadanos, mientras que de la educación se ocupa la familia. Los jacobinos se oponen a esto, y cuando Condorcet se tiene que marchar porque hay un decreto que ordena su persecución y está fuera de juego y escondido, Robespierre sube a la tribuna de la Convención Nacional y dice que las ideas de Condorcet no le convencen, que si queremos cambiar el régimen de verdad tenemos que crear un hombre nuevo. En ese momento aparece ese encontronazo sobre cuál tiene que ser la labor exacta del Estado en la educación de los ciudadanos: ¿se tiene que ocupar de toda la educación o solo de la instrucción, como decía Condorcet? Al principio se sigue la línea de Condorcet, pero luego surgen esas pequeñas experiencias de las nuevas pedagogías que cuelgan del modelo de Rousseau, que es también el de Robespierre.
¿Por qué cree que ha terminado por imponerse el modelo de Rousseau?
Porque es más emocional. Hasta el 68 la cosa iba en la línea de Condorcet, pero ahí gana el modelo de Rousseau. En España, en Francia, en Inglaterra… Margaret Thatcher hizo unas reformas muy al final. No creas que cuando fue ministra de Educación hizo algo, pero después se dio cuenta de que se trataba de un valor moral: si en el Antiguo Régimen mandaban los ricos, lo que dicen los ilustrados es que en el Nuevo Régimen tienen que mandar los que saben. Luego hay una reacción contra eso, contra los que saben.
Mucha gente dice que la educación es una herramienta para transformar el mundo, sin comprender quizá las implicaciones totalitarias que tiene esa idea.
Sí, eso es lo que dice la Iglesia también. Es que el discurso marxista, Marx lo decía, es un discurso muy cristiano. También es Gramsci puro, que dice que lo que hay que hacer para que triunfe la revolución socialista es controlar la educación y los medios de comunicación. No necesitas una revolución sangrienta; con eso ya lo consigues. Y es verdad. Es lo que estamos viviendo ahora. Los programas de la última ley no tienen contenidos, son ideología pura. Con la excusa de las competencias, no hay conocimientos. Pero, ¿cómo vas a lograr competencias sin conocimientos? Tú aprendes una cosa y cuando la llegas a dominar eres competente en la materia. Pero esto es otra cosa, es una jerga imposible la de los currículos esos. Yo me he leído los de matemáticas porque era mi profesión y mezclan el aprender la regla de tres con el amar las matemáticas. Es una especie de cosa medio afectiva medio absurda, porque además las matemáticas gustan básicamente a quien las entiende. Eso de que los niños odian las matemáticas no es verdad. Lo que pasa es que el que se queda descolgado –y esto pasa con la lengua también– va perdido; y si vas perdido, sufres. Pero no es porque las matemáticas sean una cosa imposible.
Se han hecho intentos para facilitar la comprensión de las matemáticas a los niños.
La matemática moderna la inventaron con esta idea. Pensaron que sería un lenguaje más fácil y fue un error garrafal, porque además es mucho más abstracta que la geometría de Euclides. Aparece a partir de 1935. Entonces la matemática había avanzado mucho y con los elementos de Euclides la geometría se quedaba corta. Un grupo de matemáticos franceses, los Bourbaki, se reunió entonces para modernizar los elementos de Euclides. Hicieron su labor estupendamente, pero años más tarde deciden meter eso en la escuela, antes de la Universidad, porque piensan que así acostumbrarán desde pequeños a los niños a ese lenguaje. Fue un desastre. Gracias a Dios se dieron cuenta y se paró, pero en el momento de pararse, como nadie quiere recuperar nunca lo anterior, se inventaron otra cosa: lo que han llamado la matemática posmoderna. Eso es básicamente un poco de aquí y un poco de allá, pero no es una enseñanza sistemática de las matemáticas. Yo te digo que la teoría de Euclides que se daba antes en los colegios era más bonita, más interesante y más fácil de entender para un crío. Si quieres aprender matemática de la vida diaria, ¿qué más que el 3-4-5 que hacen los albañiles cuando van a construir una casa? Lo primero que hacen es construir la perpendicularidad. Luego llega un momento en el que la matemática se vuelve difícil, porque hay una capacidad de abstracción que no se desarrolla en todo el mundo. Pero esto pasa en todas las disciplinas, tienes que estar dotado para alcanzar un cierto nivel.
Usted habla en el ensayo de Stuart Mill, que a los ocho años ya había leído las Fábulas de Esopo y la Anábasis de Jenofonte en su idioma original. Aunque se trate de un caso excepcional, ¿no cree que en la actualidad se infravaloran las capacidades de los niños?
Los niños, incluso cuando son analfabetos, tienen la memoria superdesarrollada. Pero como la memoria también está condenada… Yo tengo nietos, el mayor cinco años. Su abuelo se empeña en enseñarles poemas. No poemas para niños, sino Antonio Machado, etc. Lo aprenden que no te imaginas. No entienden las palabras, es cierto, y hay mucho pedagogo que te dice que si no entienden las palabras no se les debe enseñar; pero no, déjaselo en la cabeza. Es como aprender una canción. Cuando eres mayor luego lo piensas y te sale solo, y eso es muy bonito. Pero no se aprovecha.
Este no es el primer libro que escribe sobre este asunto.
El primero lo publiqué en 2006. Alguien me preguntó entonces por qué no había hablado de Estados Unidos y de John Dewey, una figura clave. En aquel momento yo no sabía nada de eso, tenía esa laguna, así que leí su libro más famoso, Escuela y sociedad, y me interesé. Más tarde me encontré también con un libro de Hannah Arendt imprescindible, Entre el pasado y el futuro, una colección de ocho ensayos. Uno de ellos habla de la crisis de la educación en Estados Unidos. Arendt hace un análisis muy profundo de lo que ella llamaba los prejuicios ideológicos y pedagógicos de la educación norteamericana que es perfectamente trasladable a la situación actual ¿Y cuáles eran esos prejuicios? Todos los derivados de la influencia de Rousseau: la idea de que solo se aprende jugando, que la pedagogía es una ciencia, que no hay que imponer autoridad en los colegios, que la disciplina la ponen los propios niños… Es muy interesante.
¿Qué diría que ha quedado de mayo del 68?
Mayo del 68 en España no tuvo la trascendencia que tuvo en Francia. Eran los años de Franco, y sí, los más progres llegaban a clase y pegaban cuatro gritos diciendo que había huelga, pero la mayoría no participaba. En cambio en Francia fue absoluto. Todos los filósofos serios de Francia, incluso los que ahora dicen cosas políticamente incorrectas, si son de mi edad estaban en las barricadas. Para ellos es fundamental. Cuando se cumplía el 50 aniversario en 2018 yo estaba en París. Macron dijo que iba a organizar actos para pasar página de todos los prejuicios pedagógicos e igualitaristas que vienen del 68. Hubo una oposición absoluta. Para los que lo vivieron es su juventud y la juventud es sagrada. Yo lo veo en amigos míos. Les digo: «No hicimos más que tonterías y de aquellos polvos vienen estos lodos». Y ellos responden: «Ya, ya, pero era lo que tocaba hacer». Esto es también lo que le decían a Macron: «No te metas allí, que tú no estabas».
¿Cuáles diría que fueron los intelectuales y las ideas que impulsaron el movimiento?
En mayo del 68 salen dos libros de los que Raymond Aron dijo que se habían leído como si fueran la Biblia. Uno era la historia de Summerhill, un colegio que se fundó en 1921. Publicaron su historia en 1960 en Estados Unidos y en 1970 en Francia. Ese colegio era un ejemplo de la educación libertaria de Rousseau, de lo que significa «educar en libertad», que es algo que luego han desmontado Roger Scruton y muchos otros. Luego hay otro libro fundamental, Los herederos, de los sociólogos Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, que se publica en 1964. En ese libro hacen un estudio estadístico de los resultados de los alumnos según su origen social. Como es de sentido común, los hijos de familias con más cultura obtenían mejores notas que los hijos de familias sin cultura. Dado que generalmente las familias sin cultura tampoco tenían dinero, concluyeron que todo el sistema era injusto, porque premiaba a los que sacaban buenas notas, pero estas notas eran el resultado de pertenecer a familias ricas. Los autores defienden entonces que hay que hacer tabla rasa de este sistema tradicional. Y, claro, vuelves a la historia de Robespierre.
Sin embargo, el primer perjudicado de que el sistema de enseñanza pública no sea bueno es precisamente el niño de familia humilde.
Claro. Cuando Reagan es presidente, decide que hay que hacer algo con la educación y junta a un grupo de expertos para elaborar un informe llamado A Nation at Risk. Tuvo una importante resonancia mediática, y hubo un profesor de Universidad, Eric Donald Hirsch, que decidió estudiar los factores que podían influir en la capacidad de comprensión lectora de los estudiantes. Hirsch demuestra una cosa bastante de sentido común, que es que cuando tú conoces el contexto de lo que estás leyendo, entiendes mejor el texto. Lo que dice que hay que hacer entonces es aumentar la cultura general de los niños, porque es la forma de que comprendan mejor lo que leen. Pero si tú en la escuela rebajas los conocimientos y la transmisión de saberes, claro que los niños van a entender peor lo que leen.
Usted ha cambiado de ideas a lo largo de su vida, ¿recuerda algún momento decisivo para ese cambio?
Para mí la LOGSE fue fundamental. Yo creo que hasta la LOGSE había votado siempre al PSOE, pero nunca pensé que fueran a hacer una ley así. Nosotros decíamos que la derecha era analfabeta, que lo que España necesitaba era una derecha civilizada. Yo pensaba que por supuesto iban a hacer una escuela laica, pero una escuela laica y culta. No me cabía otra cosa en la cabeza. Cuando vi aquella ley tan absurda, con un lenguaje imposible, dije: «Esto no es». Ya empezaron mal, porque, para elaborar los programas, no llamaron a consultas a los catedráticos de las materias, sino a los sindicatos. Entonces de repente te caes del caballo. Yo sabía que esto a quien más iba a perjudicar era a la gente que no tiene dinero, pero quiere que sus hijos aprendan.
Como profesora, ¿notó el declive?
Lo que más se notó en ese momento es el haber juntado a todos los alumnos hasta los dieciséis, porque antes a los catorce empezaba la formación profesional. En ese momento los institutos se llenan de alumnos de comportamiento imposible. Había gente que no tenía ningún interés en aprender nada. Yo me decía: «¿Pero es que creen que pueden alargar la enseñanza primaria hasta los veinte años?». Mantener el orden era complicadísimo. Tenía cursos en los que llegaba junio y sentía que los alumnos no habían aprendido nada. El jefe de estudios al final me dejó hacer una cosa que creo que soluciona el problema, pero que según el dogma progresista no se puede hacer. Hice dos grupos de nivel. Lo hice con un bachillerato: tenía cuarenta alumnos en clase y era imposible. Dividí el grupo en dos y se resolvió. Es de esas cosas de sentido común que por prejuicios ideológicos no se aceptan.
Al final del libro dedica un capítulo a seis pensadores a los que se refiere como «seis defensores de la libertad»: Tocqueville, Stuart Mill, Bertrand Russell, Hayek, Jean-François Revel y Roger Scruton.
Sí, mis intelectuales favoritos (ríe). Tenía bastante interés en hacer eso, pero casi por capricho. Son pensadores que, sin ser pedagogos ni profesores de instituto (excepto Revel), han pensado mucho en el asunto. Por ejemplo, aunque no se hable mucho de ello, Stuart Mill habla de educación en Sobre la libertad. Es un libro que insiste mucho en la idea de la individualidad y al final pone aplicaciones a sus ideas. Una de esas aplicaciones es la educación, y si lo lees te da un programa auténtico. Lo que dice es que el Estado debería financiar los colegios sin gestionarlos directamente. Lo que es un colegio concertado, vaya. En Inglaterra hay un montón de modelos así. Son ideas interesantes. Luego, Tocqueville está lleno de ideas de cómo una democracia se puede destruir si no se hacen las cosas bien. Él advertía mucho sobre los peligros de la pulsión igualitaria. Decía que si te empeñas en que todo el mundo sea igual probablemente tengas una sociedad más pobre y más ignorante. También está Bertrand Russelll. Hay gente que me ha dicho: «¿Por qué metes a un progre?» (ríe). Claro que era un progre, sobre todo cuando su mujer de turno era progre, pero la verdad es que yo le tengo simpatía. Y, bueno, siempre dicen que Churchill iba de los liberales a los conservadores sin importarle mucho el cambio, y él hizo igual: estaba en el partido liberal y luego se pasó a los laboristas. Con su mujer más progre, Dora Russell, tuvo diferencias, porque ella hizo un viaje a la URSS y volvió encantada y a él le pareció un horror, pero quiso hacer con ella un colegio como el de Summerhill. Ella escribió más tarde unas memorias y hablaba maravillas del colegio, pero en cambio él no. También está Hayek. En Los fundamentos de la libertad, Hayek se acuerda mucho de Sobre la libertad de Mill, y también habla bastante de educación. Dice una cosa fundamental: que hay que educar en la responsabilidad.
Su libro es pesimista, ya se puede intuir por el título, ¿pero de dónde cree que podría salir una solución a este problema?
Yo no lo sé. Hay mucha gente que dice que de la sociedad civil. A mí me choca que en España haya tan pocos colegios creados por padres. También hay una forma individual, que es decir: «Yo no me resigno, yo no voy a hablar con este lenguaje». Es la de Solzhenitsyn. Pero, claro, es más cómodo ir con la corriente.