Entrevistas

José Miguel Mulet, biólogo molecular: «Cuando se pasaba hambre en la posguerra, nadie debatía si los alimentos eran orgánicos; cuando los niños morían de polio, nadie ponía en duda las vacunas»

José Miguel Mulet, catedrático del departamento de Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia, se dedica principalmente a la investigación para el desarrollo de plantas resistentes a la sequía y el frío. Su terreno, el de los organismos transgénicos, lo ha enfrentado a menudo con las organizaciones ecologistas. En una sociedad en la que los científicos tienen que justificarse por su trabajo y los activistas cuentan con el respaldo de los medios, Mulet ha llevado a cabo una vigorosa labor de divulgación con la que ha puesto en evidencia la falsedad de las creencias y los mitos que sostienen el rechazo a la ciencia; ha insistido en la necesidad de desenmascarar las prácticas absurdas de las llamadas «medicinas alternativas», y ha denunciado el sesgo naturalista de las disposiciones que regulan legalmente la agricultura orgánica y la comercialización de medicamentos. Le hemos entrevistado con motivo de la presentación del manifiesto internacional contra las pseudociencias y la conversación nos ha llevado a hablar en general de los espacios que ocupa hoy en día el pensamiento irracional en los medios de comunicación y las instituciones políticas.

P. El reciente manifiesto internacional contra las pseudociencias, que usted ha suscrito, me parece de una importancia absoluta porque es la primera vez  que se produce una reacción tan clara, y con el aval de cerca de tres mil científicos de más de cuarenta países, contra uno de los mayores asaltos a la razón que padece actualmente el mundo occidental. En el manifiesto se denuncian las muertes que causan las llamadas medicinas alternativas, o bien porque algunas prácticas son de por sí nocivas, o bien porque todas son ineficaces y apartan a los pacientes de recibir tratamientos médicos adecuados.  Que se hayan decidido ahora a lanzar ese manifiesto, ¿es porque los perjuicios que causan las pseudociencias han aumentado significativamente o porque hasta ahora no había el suficiente consenso para denunciarlo?

JM Mulet. No creo que los perjuicios hayan aumentado, lo que sí que ha aumentado es la denuncia y la concienciación, lo que ocurre es que, si ahora se ha lanzado ese manifiesto y ha tenido éxito, es porque detrás ha habido varias organizaciones muy activas que ya llevaban mucho tiempo denunciando todo esto por su cuenta y que al final han conseguido apiñarse. Denuncias hay desde hace muchísimo tiempo; otra cosa es que tuvieran eco. Yo creo que lo que ahora tenemos es mucha más incidencia social que hace veinte años, porque tenemos más acceso a los medios de comunicación, a los que en general nunca les ha interesado demasiado el tema, no sé muy bien por qué. Es muy normal, por ejemplo, que en programas de televisión matinales se promuevan las pseudociencias con total impunidad. Por suerte, cada vez menos. 

No es, pues, que la pseudomedicina cause ahora más estragos que hace unos años… 

No. El problema siempre ha estado ahí y sigue estando, y siempre ha sido grave. Cada caso que llega a la prensa es la punta del iceberg. Si tú hablas con cualquier oncólogo te dirá que cada año pierde a dos o tres pacientes que no quieren seguir con la quimioterapia y se ponen en manos de un naturópata, un acupuntor o cualquier otra cosa de estas. Estos casos, normalmente, no llegan a la prensa, porque si la familia no lo denuncia nadie se entera.

Es incomprensible que en la escuela no se enseñe el sentido de la ciencia como un conocimiento básico. Pero la ignorancia de qué es la ciencia, de cuáles son las exigencias del método científico, es tan extensa que llega hasta los legisladores de la Unión Europea, como denuncia el manifiesto. ¿Es realmente así?

 Sí, es así. Y de ello hay muchos ejemplos. El mismo hecho de que la homeopatía, que no tiene ningún fundamento científico, esté admitida como medicina con un trato excepcional, pongamos por caso. Que cualquier medicamento, para ser aprobado, tenga que pasar por rigurosos controles y que la homeopatía se los pueda evitar por ser homeopatía, no tiene ningún sentido. Esto en cuanto a medicamentos, si nos vamos al reglamento de agricultura ecológica, veremos que admite los preparados homeopáticos. 

Es decir, que mientras que la pseudociencia se aprueba legalmente sin control alguno, la ciencia pasa siempre por comprobaciones muy estrictas, y a pesar de eso la gente se fía de las medicinas alternativas y pone a la ciencia bajo sospecha.

Efectivamente.

Usted publicó un libro sobre los transgénicos, el principal caballo de batalla del ecologismo fundamentalista, especialmente de Greenpeace. Recuerdo que, hace ya muchos años, en una encuesta de opinión sobre el tema, se hacía una pregunta trampa en la que se pedía a los encuestados que dijeran si estarían dispuestos a alimentarse con productos que contuvieran genes, y la respuesta mayoritaria era que no.

Jajajajaja

O sea, estaban contra los transgénicos pero no tenían la menor idea de lo que es un gen. ¿Nos enfrentamos solo a un problema de ignorancia o hay también una trama de intereses económicos y profesionales que lucha por imponer sus mentiras porque le son muy rentables?

El caso de los transgénicos es el que más he seguido porque es el principal objeto de mi trabajo. Yo no soy principalmente un divulgador científico, me dedico a investigar en biología molecular de plantas y en biotecnología vegetal. Desde mi punto de vista,  la oposición a los transgénicos es una operación de marketing llevada a cabo por organizaciones ecologistas que necesitaban una campaña contundente, fácil de vender, para crear ruido mediático y conseguir que mucha gente se afiliara y pagara la cuota. Una campaña antinuclear es muy fácil de vender porque los miedos son muy obvios. Todo el mundo ha oído hablar de Hiroshima, de Chernóbil, de Fukushima. Greenpeace y otras organizaciones se han aprovechado de estos casos para fomentar el miedo a la energía nuclear. En cambio, con los transgénicos, era más complicado vender miedo; era todo mucho más abstracto porque no ha habido un Hiroshima transgénico que se pudiera denunciar, y entonces lo que han hecho es inventar argumentos, y a medida que esos argumentos iban perdiendo peso porque eran muy insostenibles, han tenido que ir cambiando el discurso. Por ejemplo, hace veinte años aseguraban que los transgénicos producían cáncer, pero llevamos dos décadas comiendo transgénicos y no ha pasado nada. Después pasaron a decir que eran una amenaza para el medio ambiente porque contaminaban otros cultivos, y bien, tampoco ha pasado nada. Últimamente dicen que el problema está en los lobbies de las semillas, las grandes empresas, etc. Curiosamente, la mayor empresa, Monsanto, que es la causa de todos los males, ha desaparecido, la ha comprado Bayer, y Monsanto ya no les sirve porque ya ni siquiera existe el nombre. ¿Y ahora qué pasa? Pues que ya no les interesa hablar de transgénicos porque resulta que todos los males que anunciaban no se han cumplido. Ahora mismo, en Europa y Estados Unidos, el debate está muy muerto. Sigue aún muy vivo en América Latina. El caso de Latinoamérica es muy ilustrativo de lo que ha pasado. Al principio los transgénicos eran todos malos. Cuando sus detractores se quedaron sin argumentos, la tomaron con el glifosato porque es un herbicida que se utiliza para siembra directa y siempre en una variedad de transgénico que es muy popular sobre todo en Argentina y Brasil, y así de repente el glifosato se convirtió en el mayor veneno, en la mayor amenaza de todas. Este año Argentina ha presentado una variedad de trigo resistente a la sequía y que, curiosamente, como marcador no utiliza la tolerancia al glifosato, sino que es resistente a otro herbicida que se llama glufosinato. Automáticamente han aparecido un montón de organizaciones ecologistas diciendo que el glufosinato es aún más peligroso que el glifosato, y entonces les preguntas: ¿dónde habéis estado estos veinte años, acabáis de descubrir ahora el glufosinato? Ves cómo van cambiando los argumentos sobre la marcha.

Claro, porque todo esto es ideológico y las ideologías alteran permanentemente los hechos para que se ajusten a sus principios…

Sí, bueno, yo como persona tengo mi propia ideología, pero cuando hablo de ciencia no pongo mi ideología por delante. De hecho, cuando la gente intenta adivinar qué ideología tengo, normalmente se equivoca. El problema es que hay científicos que anteponen su ideología a su trabajo científico, y en algunos casos se trata de científicos muy buenos. Por ejemplo, hubo el caso de un científico muy conocido en Argentina que fue presidente del CONICET, que es como aquí el CSIC. Cuando publicaba sobre cualquier tema, sus artículos eran muy buenos, pero publicó ciertas cosas sobre el glifosato que yo mismo le desmonté porque desde el punto de vista científico no se sostenían. Antepuso su ideología a su rigor como científico.

Suele ocurrir. A veces son las personas con mayor capacidad intelectual las que más se dejan arrastrar por sus prejuicios ideológicos. Hay estudios de psicología cognitiva que así lo indican. 

 En el terreno de la homeopatía tenemos casos parecidos. Había un científico francés muy reputado, Benveniste, que publicó un artículo en defensa de la homeopatía en Science que también era una auténtica bobada. Podemos decir que utilizó su prestigio para hacer propaganda de su ideología. El mismo caso sería el del premio Nobel Luc Montaigner, que ha pasado de ser el descubridor del virus del SIDA a dar conferencias sobre homeopatía.

Antes ha aludido a una cierta responsabilidad de los medios de comunicación en la difusión de falsedades pseudocientíficas, ¿qué papel juegan los medios en todo esto?

Creo que juegan un papel un poco ambiguo. Puedo criticar a los medios de comunicación desde dentro porque soy colaborador de varios medios y ahora tengo una perspectiva que no tenía hace veinte años. Si que es verdad que durante mucho tiempo, y yo lo he criticado mucho, en todas las noticias sobre los transgénicos, la versión que se ofrecía era la de las organizaciones ecologistas, y que cuando algún científico ―y esto le ha ocurrido a más de un compañero mío― enviaba una nota de prensa porque había hecho un descubrimiento, daban la noticia del descubrimiento y automáticamente entrevistaban a un ecologista para que hablara de los peligros de los transgénicos.

Esa es por desgracia la práctica habitual. Entendiendo mal el principio de contrastar la información, se creen obligados a dar voz a la otra parte, como si se tratara de un litigio entre opinantes, como si científicos y anticientíficos pudieran situarse en un plano de igualdad.

Exactamente. Y después, encima, ponían titulares como «Informe científico de Ecologistas en Acción». Vamos a ver, ¿informe científico? La literatura científica tiene unos parámetros que el tal informe no seguía. Es decir, tu escribes cualquier cosa, le llamas informe y lo subes a una página web. Eso no es un informe científico, un informe científico tiene que superar una revisión por pares, tiene que tener una metodología que se pueda comprobar, etc., etc. Las notas de prensa que hacían Ecologistas en Acción, Greenpeace o Amigos de la Tierra automáticamente se daban como notícia, y en ese caso no se pedía la opinión de un científico.

Cuando el que habla es un ecologista ya no se considera necesario el contraste de la información. Muy revelador.

Pues sí, pero yo creo que eso está cambiando. Por lo demás, también hay que entender que los periodistas trabajan con prisas y limitaciones. Todas las organizaciones ecologistas tenían un portavoz encargado de tratar con la prensa y si el periodista le llamaba siempre respondía. En cambio me consta que muchos periodistas, cuando querían hablar con un científico, no lo tenían fácil. Llamaban a la universidad, la universidad no sabía con quién tenían que ponerle o el científico que buscaban no quería hacer declaraciones, que es algo que también ocurre.

Decía hace un momento que la situación está cambiando.

Sí. Yo diría que, por lo menos en el caso de los transgénicos, cada vez encuentras más información que no es la de los ecologistas.

Es esperanzador, pero sin duda los medios tienen su parte de responsabilidad en la divulgación de falsedades. Y la OMS y la ONU, ¿no difunden también a veces afirmaciones científicamente muy dudosas? Sin ir más lejos, hace poco el Panel Intergubernamental de Biodiversidad de la ONU declaró que las agresiones ambientales que causan el cambio climático han ocasionado también la pandemia de la COVID-19.

El problema es que son organismos muy grandes y que en el fondo son organizaciones políticas, y las organizaciones políticas tienen muchos intereses. Le hablaré del caso que más conozco, que es el de la FAO. Emiten informes a favor de los transgénicos, a favor de la agricultura ecológica y a favor de lo que sea. Las opiniones que difunden son a veces opuestas porque trabajan con diferentes paneles. Y también es verdad que a veces reciben presiones. Conozco un caso  de un compañero mío experto en economía agraria a quien la FAO le encargó un informe sobre economía de la agricultura ecológica, y el resultado del informe, en un cultivo concreto, es que no podía ser rentable y no podía ser una solución de futuro para países en vías de desarrollo. Pues bien, le dijeron que eso no se podía publicar porque no era el mensaje que querían dar.

 Eso da la medida de hasta qué punto es la ideología y no los hechos comprobables lo que tiene mayor peso a la hora de tomar decisiones políticas. Y me temo que en el mundo del ecologismo eso puede llegar a proporciones tremendas.

Si te paras a buscar en el ecologismo, que es algo que ahora tengo muy candente porque estoy preparando un libro sobre el tema, si te metes en el fondo de esa ideología, acabas llegando a cosas muy oscuras. En Estados Unidos, por ejemplo, hubo un movimiento que se llamaba Deep Ecology que justificaba el SIDA o las hambrunas en África diciendo que era la respuesta de la Tierra a las agresiones que le hacía el hombre. Y esto te lo decía un ecologista. Ideas como estas he encontrado muchas, y no son comentarios aislados, sino opiniones de base, muy fundamentales. 

Asistimos desde hace algún tiempo al surgimiento en todo el mundo occidental de asociaciones de científicos, filósofos, pensadores en general, para promover el pensamiento crítico, ¿cree que esas iniciativas influyen en la opinión pública o que tienen poca trascendencia fuera de los ámbitos intelectuales en los que se manifiestan?

En general sí creo que influyen. Por otro lado, si te fijas en las organizaciones ecologistas o los grupos antivacunas y miras números, verás que son cuatro gatos. Claro que los que denunciamos todo esto también somos cuatro gatos. Yo pertenezco a ARP (Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico) y no sé si llegamos a trescientos socios en toda España. Lo que pasa es que ellos tienen mejores campañas de marketing y arman más ruido y presionan más, pero son pocos. 

Puede que sea así con los transgénicos, pero he conocido a mucha gente que se trata con homeopatía, osteopatía, acupuntura, etc., y por todo argumento te dicen eso de «a mí me funciona». Es lo que se ha dado en llamar amimefuncionismo. ¿Qué hay que decirle a esa gente?

Bueno, yo siempre les digo que pongan a prueba su creencia. Si tú crees que la homeopatía funciona, cuando vayas al dentista pide que la anestesia sea homeopática y luego me lo cuentas. He tenido debates con homeópatas y te reconocen que en lo que mejor funciona la homeopatía es en las enfermedades difíciles de definir como la fibromialgia, el dolor de cabeza, el malestar en general. Son enfermedades episódicas, que suben y bajan de intensidad, y claro, si tú te tomas cualquier cosa y se te va el dolor, pensarás que es eso lo que te lo ha quitado.

Las personas que tienen una fe ciega en la pseudomedicina son también las que se ponen más furiosas con las compañías farmacéuticas, pero la desconfianza hacia las farmacéuticas supera en mucho el ámbito de las medicinas alternativas.  Te llegan a decir cosas como que ya se han inventado fármacos para curar la diabetes pero que no se lanzan al mercado porque la venta de insulina produce grandes beneficios. ¿Hay alguna razón para pensar así?  

Bueno, las farmacéticas son compañías privadas, quieren ganar dinero. El panadero de debajo de mi casa también quiere ganar dinero y yo quiero comer pan. ¿Que las farmacéuticas, como cualquier empresa, a veces han vulnerado límites éticos? De acuerdo. Pero para eso tenemos un control, tenemos las instituciones. Los bancos también han vulnerado límites éticos, como muy bien sabemos. Con independencia de los malos ejemplos que tengamos, no dejan de ser empresas que nos prestan un servicio, y ese servicio nos puede ser muy útil. Muchos de los que están criticando a las farmacéuticas llevan una cajita de aspirinas en el bolsillo. Al final, lo que hay es el sistema económico en el que vivimos. Si quieres comer pan, te vas a la panadería; si te duele la cabeza, te vas a la farmacia. Tienes una necesidad y una empresa te la satisface. Así funciona el sistema capitalista.

La desconfianza hacia la ciencia y en especial hacia la investigación médica tiene mucho que ver con posiciones anticapitalistas, y a menudo los que las sostienen son personas que han obtenido muchas ganancias del sistema. No sé de nadie en situación de pobreza que se interese por el reiki o la acupuntura.

Es que estamos ante una paradoja. Ser anticapitalista y pagar al acupuntor, cuando el acupuntor es carísimo… Solo se lo puede permitir alguien que tenga el bolsillo muy lleno. Es más bien un capricho de clase media alta o clase alta.

Hay una ley no escrita pero que debería ser un principio de la sociología: cuantos más derechos y más beneficios logra una sociedad, más se radicalizan en ella los movimientos reivindicativos y la rebeldía contra el sistema. Nunca habíamos tenido tanta seguridad alimentaria y tanta protección sanitaria como en el presente. 

Porque la gente se aburre. Cuando se pasaba hambre en la posguerra, nadie debatía si los alimentos eran orgánicos; cuando los niños morían de polio, nadie ponía en duda las vacunas. Cuando ya hay unos niveles de vacunación del cien por cien, y no hay nadie que tenga polio o difteria, es cuando se empieza a decir que las vacunas no sirven para nada. Cuando ya nadie pasa hambre, es cuando se empieza a oír que los alimentos están envenenados y que hay que comer productos orgánicos. Son las típicas discusiones de clase acomodada. 

Una última pregunta. Me consta que algunos científicos que se oponen a la pseudociencia han sido víctimas de amenazas y ataques personales. ¿Usted ha recibido algun tipo de presión por su defensa del pensamiento racional?

En general, no. Pero tuve que suspender por amenazas de muerte una conferencia que iba a dar en la universidad de Córdoba, en Argentina. Había gente que estaba allí con la única intención de atacar a los asistentes. La verdad es que a mí en Iberoamérica siempre me han tratado muy bien, y eso es solo un episodio, pero me aconsejaron que no me moviese del hotel y me pusieron dos guardaespaldas. En cuanto a mi denuncia de las pseudomedicinas, más allá de algún insulto y alguna amenaza a la que no he hecho caso, no puedo decir que haya tenido problemas. Algunos compañeros míos han sido objeto de demandas judiciales. Ese tipo de demandas no suelen prosperar, pero el solo hecho de tener que buscarte un abogado ya te causa un perjuicio, y esa es una forma de presionar muy obvia.