Ciencia

Dios y la ciencia moderna

El hecho de que nuestra realidad esté regida por unas leyes aparentemente lógicas y no aleatorias nos induce a pensar que la creación del cosmos requiere de una explicación de índole científica. Sin embargo, la ciencia es todavía incapaz de explicar la posible existencia, o inexistencia, de un ser supremo, omnipresente, omnisciente u omnipotente que sea el creador de nuestra realidad. Esto nos plantea la duda de si la existencia de Dios se puede demostrar mediante la ciencia o solamente Dios mismo puede demostrar su existencia. Asimismo, en caso de aceptar su existencia, debemos plantearnos también la relevancia de Dios en la creación del cosmos.

Todo lo que entre sí se relaciona en una mutua armonía, ha de estar ligado entre sí en un solo ser del cual depende en su totalidad. Por consiguiente, existe un ser de todos los seres, una razón infinita y una sabiduría autónoma de donde hasta en su sola posibilidad la naturaleza deriva su origen en toda la esencia de las determinaciones. Ahora ya no se puede negar la capacidad de la naturaleza, porque ello menoscabaría la existencia de un Ser Supremo; cuanto más perfecta sea en sus desarrollos, cuanto mejor conduzca sus leyes generales hacia el orden y la coincidencia, tanto mejor prueba es ella de la deidad de la cual deriva estas condiciones.

Immanuel Kant argumentaba en Historia natural y teoría de los cielos que Dios no intervenía en el desarrollo del cosmos aunque sí que le atribuía a Él su creación, aduciendo «una realidad ordenada de una manera puramente mecánica, sin requerir ni de causas finales ni de intervenciones ocasionales de Dios en la marcha del mundo». Según Kant, la naturaleza se desarrolla de forma autónoma a partir de unas ideas ya preexistentes y concebidas por un ser supremo. Sin embargo, con el transcurso de las décadas la ciencia ha contribuido al aumento del escepticismo ante Dios y su papel en la creación del cosmos, originando, a través de un dogma empírico de la realidad, un cambio agnóstico en ciertos ámbitos académicos. La arrogancia de los científicos intentando describir el mundo tangible ha llegado a su cúspide en este último siglo y ha robado a Dios su protagonismo habitual, relegándolo como máximo a un observador imparcial.

Para entender la corriente filosófica que sigue la ciencia al intentar explicar por medio del método científico la realidad tangible que percibimos es necesario entender primero como están compuestas las ecuaciones que rigen las diferentes teorías científicas. En el centro de las leyes y los teoremas que componen las teorías científicas se encuentran las constantes físicas, o constantes universales, que no varían y tienen el mismo valor en todas las regiones del cosmos. La primera de las constantes universales fue descubierta por Isaac Newton en su tratado sobre gravitación descrito en el célebre Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica. Newton teorizó que «la fuerza ejercida entre dos cuerpos es proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa» y definió como G, hoy conocida como constante de la gravitación, el factor de proporcionalidad entre la fuerza de atracción de los dos cuerpos. Así, en un cosmos ficticio en el que la constante de gravitación es el doble de grande que en el nuestro, la fuerza de atracción entre dos cuerpos es el doble de grande; un planeta como la Tierra orbitaría más deprisa alrededor del Sol que en nuestro sistema solar. La constante de la gravitación es la encargada de modelar la ley de la gravedad teorizada por Newton.

La velocidad de la luz, que indica la velocidad máxima a la que un cuerpo se puede mover, y por tanto la velocidad a la que la información puede ser transmitida, es otra de las constantes universales que existen y generalmente se denomina como c. En 1915, Albert Einstein postuló en su teoría de la relatividad general, expandiendo la  ley de la gravitación universal propuesta por Newton teniendo en consideración los posibles efectos relativistas, una relación de proporcionalidad entre la curvatura del espacio-tiempo que produce un cuerpo y su masa combinando las constantes universales de la gravedad G y de la velocidad de la luz c. Einstein, discutiendo en una correspondencia con la física-filósofa alemana llse Rosenthal-Schneider acerca de las constantes universales, admitía la existencia de dos tipos de variables: las ficticias y las reales. Él argumentaba que las ficticias son el resultado de introducir unidades arbitrarias mientras que las reales son los números que Dios escogió al diseñar este mundo, atribuyendo, con una filosofía bastante parecida a la de Kant, a Dios un papel de arquitecto de la naturaleza:

Con la cuestión de las constantes universales has abordado una de las cuestiones más interesantes que pueden llegar a plantearse. Hay dos tipos de constantes: aparentes y reales. Las constantes aparentes resultan simplemente de introducir unidades arbitrarias, pero pueden ser eliminadas. Las constantes reales son auténticos números que Dios debió escoger arbitrariamente cuando se dignó a crear este mundo.

Hay más constantes universales, aunque el número exacto y su valor necesario para describir una realidad lógica y tangible que modele las leyes fundamentales de la naturaleza varía en función de las diferentes teorías científicas. El principio antrópico argumenta que el cosmos, y por tanto las constantes universales, tiene las características necesarias para permitir la existencia de observadores o, como simplificaba Stephen Hawking en su aclamado best-seller A Brief History of Time, «vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos». El principio antrópico se divide comúnmente en dos postulados, el débil y el fuerte; el principio antrópico débil afirma que en un cosmos suficientemente grande las condiciones para la existencia de un observador se dan solamente en ciertas regiones, mientras que el principio antrópico fuerte postula que en su transcurso el cosmos debe permitir la existencia de observadores. El principio antrópico es utilizado para argumentar el ajuste tan fino de las constantes naturales que dan lugar a la existencia de vida en el cosmos, pues, como definía Hawking, preguntarse el porqué de las concretas características del cosmos carece de sentido, puesto que si no fuera de esta forma concreta nosotros como observadores no existiríamos.

Es posible enlazar el principio antrópico con un sistema axiomático de carácter riguroso. En el área del lenguaje y los fundamentos de las matemáticas, un sistema formal es un conjunto de símbolos primitivos, un alfabeto, que actúan según unas reglas de inferencia preestablecidas para demostrar formalmente teoremas a partir de unos axiomas iniciales. El uso de los sistemas formales permite demostrar teoremas fundamentales de las matemáticas y establecer así una base de las matemáticas completamente sólida. La ciencia explica la creación del cosmos a través del Big Bang; la explosión inicial en la que todo el espacio-tiempo se reduce a una singularidad y toda la materia converge a un estado de densidad y temperatura infinito. Diversas teorías científicas son capaces de explicar hasta justo instantes después de la gran explosión, sin embargo, una teoría final demostrando la creación intrínseca del cosmos, si es posible, no ha sido contrastada todavía. Si consideráramos la naturaleza como un sistema formal en el que las constantes físicas son las reglas de inferencia y la explosión primigenia los axiomas iniciales, entonces Dios quedaría fuera del sistema formal; demostrar su existencia en el sistema a través de las reglas lógicas sería imposible. Con este planteamiento Dios escaparía de nuestra realidad y discutir cualquier aspecto relacionado con Él sería mera especulación.  Además, tampoco sería factible demostrar el porqué del valor exacto de las constantes reales porque estas vienen dadas de forma preexistente por el sistema formal, lo que dotaría de un sentido riguroso al argumento utilizado por el principio antrópico.

Aunque la ciencia moderna se empeñe en desprestigiar a Dios, parece ser que todavía queda, como en el principio antrópico y en la filosofía kantiana, un resquicio para un Dios creador. Este, si presente en el cosmos, no puede ser omnipotente, omnisciente y omnipresente porque está ligado a las constantes fundamentales. Pero, si seguimos los razonamientos de los sistemas formales, nosotros como observadores intrínsecos estamos atados a esta realidad y no podemos demostrar la existencia, o la negación, de un Dios no intervencionista porque escapa de nuestro sistema formal. Para demostrar su existencia haría falta un observador que fuera capaz de trascender el sistema y convertirse en un metaobservador, en otro Dios. Sin embargo, la ciencia, en su antropocéntrico avance hacia el desarrollo de la especie humana, seguirá intentando, aun y estando atada a esta realidad, descifrar nuestros orígenes y seguirá desplazando cada vez más a Dios.


Ilustración: Génesis II, grabado sobre madera de de Franz Marc (1880-1916). Via lookandlearn.