Ciencia

La trampa y la histeria

El Ministerio de Sanidad lleva años advirtiendo, nada menos que como parte de su Plan Nacional sobre Drogas, de los graves peligros a los que se exponen los usuarios de los cigarrillos electrónicos. Últimamente, siguiendo las recomendaciones de la OMS, se prodiga más en este empeño y ha divulgado por las redes sociales una campaña antivapeo. El cartel que la ilustra proclama ocho sentencias cuatro de las cuales no voy a comentar por irrelevantes; las cuatro restantes indican que no es «una alternativa saludable», que es «dañino para quien lo consume y las personas de alrededor», que «no está demostrado que sea menos nocivo que el tabaco o que ayude a dejarlo» y que tiene un «impacto negativo en población joven: en muchos casos su uso precede al consumo de tabaco y/o cannabis». Hay un rasgo común en todas esas advertencias, y es que son objetivamente falsas: los estudios más completos y rigurosos que se han realizado hasta la fecha sobre el consumo de cigarrillos electrónicos las desmienten una por una. No así la OMS, a cuyas resoluciones el Ministerio de Sanidad no añade ni quita. La OMS miente todo lo que le apetece en ese y otros asuntos y son muy pocos los países que no se creen en la obligación de someterse a sus desatinos. A principios de junio, su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, hizo la siguiente declaración: «Cuando la industria tabaquera introdujo los cigarrillos electrónicos y el vapeo, uno de los argumentos que intentaron vender es que formaban parte de la reducción de daños. No es cierto. En realidad es una trampa». De inmediato, la asociación médica Smoking Free Sweden divulgó en su web un comunicado en el que replicaba las afirmaciones de Ghebreyesus y en el que, entre otras cosas, le acusaba de poner en peligro el futuro de millones de fumadores que usan productos de nicotina como ayuda para abandonar el consumo, incomparablemente más perjudicial, de tabaco. A juzgar por sus resoluciones, no parece sino que la OMS desprecia los datos que ofrece la investigación científica que merece ese nombre. 

En los tiempos que corren, no todo lo que divulgan los medios como ciencia puede considerarse como tal; es más, en lo que concierne a los cigarrillos electrónicos, como ya ocurrió con la epidemia de covid-19 y ocurre también con la nutrición y el cambio climático, más bien se da el caso contrario. Hay supuestos estudios científicos que manipulan estadísticas, generalizan episodios singulares sin tener en cuenta su contexto y experimentan con ratones en condiciones que no son trasladables a la realidad humana. De todo ello sacan conclusiones que los medios divulgan sin contraste, los políticos las hacen suyas y la población las acoge por esa fe popular en lo que se publica y se exige, que nunca se ha visto que sea incompatible con el odio irracional a la autoridad. Lo que suele merecer mucho menos espacio en la divulgación mediática de la ciencia son precisamente los estudios que por sus garantías metodológicas no han podido ser rebatidos sin falacias. En cuanto a los efectos del cigarrillo electrónico, el instituto Cancer Search del Reino Unido y la Health Security Agency, dependiente del Ministerio de Salud británico, han hecho público, partiendo de los datos científicos de que se disponen, que está fuera de toda duda que es una alternativa que ofrece muchos beneficios a la salud; que no es en absoluto cierto que dañe a quienes respiren el humo ambiental emitido por un vapeador; que sí está demostrado que es mucho menos nocivo que el tabaco, que ayuda a dejar de fumar, y que no hay estadística alguna que induzca a pensar que el consumo de cigarrillos es una puerta de entrada al tabaco y el cannabis.

El doctor Lion Shabab, que ha dirigido o ha participado en la mayoría de los estudios que llevan a esas conclusiones, desmonta con argumentos incontestables las falacias de la OMS. Se sabe perfectamente que el alquitrán que contienen los cigarrillos convencionales ⎯explica Shabab⎯ es el principal responsable de los daños que ocasiona el tabaco. Además de taponar las vías respiratorias, el alquitrán contiene setecientas sustancias, entre ellas diecisiete venenos químicos que aumentan enormemente su potencial con la combustión a la que se somete el tabaco, penetran en el riego sanguíneo y son la causa principal de enfermades tales como el infarto, el ictus y el cáncer. En cambio, el humo de vapor que se inhala con un cigarrillo electrónico no procede de ninguna combustión, no contiene alquitrán ni ninguna sustancia venenosa, no contiene más que glicerina vegetal, saborizantes autorizados y dosis de nicotina mucho menores que las de un cigarrillo, cuando las contiene. Está sólidamente establecido por numerosos estudios que la nicotina, principal factor de la adicción al tabaco, no es cancerígena ni especialmente perjudicial si se consume en proporciones razonables. En el mundo hay actualmente unos cuarenta millones de usuarios del cigarrillo electrónico que lo son desde hace una década y que no han contraído enfermedades pulmonares por efecto de su consumo. Quienes niegan esta realidad lo hacen alegando que muchas de esas enfermades no se notifican en los centros médicos, lo cual no se compadece con los minuciosos historiales de pacientes que se registran en todos los países desarrollados. No es pues cierto, como se asegura con insistencia, que no se conozcan los efectos a largo plazo del cigarrillo electrónico. Por estudios llevados a cabo en Reino Unido se sabe que, de tres millones de usuarios crónicos del cigarrillo electrónico, sólo cien han presentado efectos adversos, ninguno de los cuales puede relacionarse con enfermedades pulmonares debidas al consumo de vapor. Por otra parte, los biomarcadores tumorales que se pueden detectar en el cuerpo de los pacientes permiten anticipar el peligro de contraer cáncer a largo plazo. Los resultados de los estudios muestran que la presencia de esos biomarcadores en los usuarios del cigarrillo electrónico es muy parecida a la de los no fumadores e infinitamente menor que en los consumidores de tabaco, lo que ha permitido concluir que la posibilidad de padecer cáncer es un 95 por ciento mayor en los segundos que en los primeros.

¿De dónde viene, pues, ese alarmismo que el doctor Shabab califica de histeria y que tiene en la OMS y a los departamentos de Sanidad que le siguen a sus principales propagadores? Es fácil rastrear el origen del fenómeno. Parte de ciertos casos de graves enfermedades pulmonares y fallecimientos ocurridos en Estados Unidos en una pequeña proporción de usuarios del cigarrillo electrónico. Lo que no se toma en cuenta al generalizar estos casos es que todos son debidos al vapeo de productos adquiridos en el mercado negro y que en su mayoría contenían THC, el principio activo del cannabis. El THC ⎯aclara el doctor Shabab⎯ no se disuelve en líquido con la facilidad de la nicotina, y los disolventes que se usan para diluirlo es lo que resulta fatalmente perjudicial. Es como si alguien cayera muerto al beberse un frasco de veneno y las autoridades decidiesen desaconsejar o prohibir los frascos. Esos casos de enfermedad grave es lo que empezó la guerra contra el cigarrillo electrónico y lo que ha permitido mantener el mito. De los medios saltaron a las autoridades hasta llegar a la OMS para volver a inundar los medios de un alarmismo que está fuera de todo sentido común y estupidizar a los ciudadanos que no se molestan en investigar las cosas por sí mismos. Hablen del vapeo a sus conocidos y comprobarán que muchos les aseguran que es «peor que el tabaco». Pero la actitud de la OMS al amparar tanta sinrazón no es nada sobre lo que haya que pasar página; es, además de absurda, preocupantemente criminal: se cuentan por millones los exfumadores que consiguieron dejar el hábito gracias al vapor. Si las autoridades divulgan mentiras tremendistas y toman medidas restrictivas, muchos de ellos volverán al tabaco.   

Si el origen del fenómeno se detecta con facilidad, la histeria desencadenada en los últimos años contra el cigarrillo electrónico no parece tener una explicación razonable. Sin duda hay en ella mucho de lo que conocemos como delirio sociogénico, que es una de las mayores catástrofes que puede sufrir una sociedad. Hay quien dice que, detrás de esa campaña, están los intereses de los grandes productores de tabaco de Estados Unidos. Es posible que sea así en parte, pero lo ignoro. Lo que es seguro es que los prejuicios ideológicos, especialmente los motivados por el odio al consumo placentero de cualquier sustancia, juegan un papel importante en el asunto. También el afán de dar al poder cada vez más capacidad de intervención, y la tendencia de las masas a disfrutar de sus miedos ante las malas noticias y exigir la protección del Estado. La irracionalidad del siglo XXI ha empezado a contaminar también la investigación científica. Esto es lo más grave.


Ilustración: El fumador. Alegoría de la fugacidad. Óleo sobre tela del pintor holandés Hendrick van Somersen (1615-1685), via lookandlearn.