Pensamiento

Disculpen que me muera

«Los conocidos más íntimos, los amigos de Iván Ilich, por así decirlo, no podían menos de pensar también que ahora habría que cumplir con el muy fastidioso deber, impuesto por el decoro, de asistir al funeral». Iván Ilich, el desdichado protagonista del relato de Tolstói —si todavía no han tenido ocasión de leer La muerte de Iván Ilich les animo a ello—, no solo no quiere morirse, es que está convencido de que no lo merece. ¡Y de una forma tan estúpida! Pero lo peor, y ahí se nota la hondura espiritual de Tolstói y su conocimiento de la angustia, es que Iván Ilich no puede soportar el sentir que la vida se le escapa mientras al resto se la trae al pairo. Lo verdaderamente horrible de su muerte no es el dolor físico de los últimos días sino la conciencia del inexorable final, el descubrir la cruel realidad que ha permanecido tanto tiempo velada. ¿Y si toda su vida no fue más que una existencia inauténtica, una ilusión, y es la proximidad de la muerte el despertar? ¿No había sido también él seducido por la ficción convencional hasta el momento en que experimentó —no simplemente proyectó— la muerte propia en lugar de la ajena? ¡Y qué molestas resultan ahora sus quejas! Los familiares de Iván Ilich, ensimismados en los quehaceres cotidianos, ven en el miembro del Tribunal de Justicia un inoportuno y fastidioso enfermo al que, de tanto nombrar al diablo, el diablo le llevará. A ojos de su esposa, Iván Ilich es culpable de su propia muerte. ¡Un egoísta! Mira que morirse… ¡ya son ganas de fastidiar! 

Demos ahora un pequeño salto: de la angustia existencial de Iván Ilich a la angustia ontológica. En Ser y Tiempo Heidegger se propone analizar las estructuras fundamentales de la realidad humana o Dasein (el aquí/allí [da] del ser [sein], ser-ahí o estar-aquí). La investigación fenomenológica del Dasein —acerca del Dasein y hecha por el Dasein— empieza con la analítica existencial, esto es, con el análisis de las estructuras del ser-ahí. Si la filosofía tradicional se ha servido de las categorías (cualidad, cantidad, etc…) para definir los entes, Heidegger opta por los existenciarios para el análisis del Dasein, que es el ente que se cuestiona por el Ser. Existimos siendo mundanos, inmersos en un todo de significación. Ser-en-el-mundo [In-der-Welt-Sein] significa que no somos una conciencia separada del mundo cuya relación es objeto-sujeto. Ser-en no hemos de entenderlo como relación espacial (a la manera como los guisantes están en el plato) sino como ser-siendo-mundanos. Mundanalidad es el primer existenciario con el que topamos en el análisis de las estructuras del Dasein. Nos encontramos, primeramente, arrojados en un mundo cotidiano, familiar, del que tenemos una comprensión pre-ontológica. Es el mundo de los útiles, del ser-a-la-mano, de la manejabilidad. Esta mesa frente a mí, por ejemplo, me aparece en primer lugar como útil que sirve para comer, jugar a las cartas o apoyar el libro. Pero el Dasein comparte mundo con otros. Junto al estar-en encontramos el estar-con [Mitsein]. Somos-en-el-mundo y somos-con-otros. Los otros, dirá Heidegger, no se nos aparecen como útiles. ¿Cómo es nuestra relación con la alteridad? El Dasein en su cotidianidad es el uno [das Man] entendido como el «se» impersonal de frases como: Se comenta que… o Uno empieza a darse cuenta de que la vida iba en serio cuando… Mantenernos en el uno quiere decir vivir en la medianía, normalidad, mediocridad. A esto llama Heidegger vivir impropia o inauténticamente, no ser sí-mismo propio. Este uno [Man] impersonal es otro existenciario. Esto quiere decir que la caída en la medianía es lo primero y forma parte de la vida fáctica. Nos encontramos siendo inauténticamente bajo el dominio del uno, delegando la responsabilidad en la multitud sin rostro, siendo nadie. Es gracias a la angustia [Angst] que al Dasein se le revela la posibilidad de elegir entre huir hacia una existencia auténtica o permanecer en el Man, que es el estado originario y al que siempre acabamos volviendo. A diferencia del miedo, que es miedo ante una amenaza externa reconocible, esta angustia reveladora no tiene una referencia determinada porque es angustia ontológica: forma parte de nuestra estructura. Nos angustiamos ante nuestro ser-en-el-mundo, que de pronto se vuelve extraño, desapacible, inhóspito. ¿Y qué tienen que ver los existenciarios con Iván Ilich? ¿Por qué este rodeo? Ahora estamos situados en el punto de vista donde cobra pleno sentido esta afirmación: en el ser-para-la-muerte, en el estar vuelto hacia el final, también se le revela al Dasein la autenticidad como posibilidad. En el momento en que Iván Ilich experimenta su muerte y toma conciencia de su irremediable destino, surgen ante él dos dimensiones o modos de ser: ser propiamente o ser impropiamente. 

El uno [Man] se deja llevar por el modo de ser impropio y vive la muerte de los otros como un se mueren los demás, esto es, nadie, un anónimo. Huye de la propia muerte, la enmascara, y aunque sabe que algún día morirá como todo hijo de vecino, opta por seguir inmerso en la cotidianidad acogedora. Y esta huida de ser propiamente o caída en la inautenticidad es, justamente, el meollo del conflicto en el maravilloso relato de Tolstói: «“¡Tres días de horribles sufrimientos y luego la muerte! ¡Pero si eso puede también ocurrirme a mí de repente, ahora mismo!”, pensó, y durante un momento quedó espantado. Pero en seguida, sin saber por qué, vino en su ayuda la noción habitual, a saber, que eso le había pasado a Iván Ilich y no a él».

A ojos del Otro la muerte de Iván Ilich no es una tragedia porque quien se muere es nadie. Y por no ser una tragedia es, precisamente, trágico. Tengamos presente que el Iván Ilich de turno es, ni más ni menos, que Tolstói, Heidegger, nosotros mismos. ¡Sí! ¡Nosotros!¡Todos y cada uno de nosotros somos Iván Ilich! El que vivía ajeno a su muerte y el que se retuerce en la cama viéndola próxima. Y ante esta revelación —revelación intermitente, viene y va— nuestro mundo se estrecha, se vuelve angosto, inhóspito. ¿Cuánta angustia podemos soportar? Inevitablemente, acabamos por refugiarnos en el Man. Así, para evitar situaciones incómodas, propongo que dejemos escrito ante notario lo siguiente:

Estimados amigos y familiares, ante la inoportunidad de mi muerte —no entraba en mis planes diñarla— les exonero de tan fastidioso acto social como es el asistir a mi velatorio. Sigan, pues, con sus quehaceres ordinarios y guarden, por cortesía, un recuerdo entrañable de mi persona.


Foto: Pedro Ribeiro Simões, Ivan Illich died (1986) – Isabel Augusta (1960), via Creative Commons