Disculpen que me muera
«Los conocidos más íntimos, los amigos de Iván Ilich, por así decirlo, no podían menos de pensar también que ahora habría que cumplir con el muy fastidioso deber, impuesto por el decoro, de asistir al funeral». Iván Ilich, el desdichado protagonista del relato de Tolstói —si todavía no han tenido ocasión de leer La muerte de Iván Ilich les animo a ello—, no solo no quiere morirse, es que está convencido de que no lo merece. ¡Y de una forma tan estúpida! Pero lo peor, y ahí se nota la hondura espiritual de Tolstói y su conocimiento de la angustia, es que Iván Ilich no puede soportar el sentir que la vida se le escapa mientras al resto se la trae al pairo. Lo verdaderamente horrible de su muerte no es el dolor físico de los últimos días sino la conciencia del inexorable final, el descubrir la cruel realidad que ha permanecido tanto tiempo velada. ¿Y si toda su vida no fue más que una existencia inauténtica, una ilusión, y es la proximidad de la …