Literatura

Corredor-Matheos, poeta del silencio

El reciente poemario de José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929) lleva un título tan sugerente como Al borde (Barcelona: Tusquets, 2022). El mismo título ya nos orienta hacia una lectura entendida como experiencia estética de lo fronterizo. Corredor-Matheos es uno de esos niños de la guerra pertenecientes a la conocida como Generación o Promoción de los 50. Publicó su primer poemario en 1953 (Ocasión donde amarte) y, con Poema para un nuevo libro, consiguió el Premio Boscán en 1961. Pero es a partir de 1975, con Carta a Li Po, cuando la obra del alcazareño inicia una etapa significativa que le llevará a recibir el Premio Nacional de Poesía en 2005 con El don de la ignorancia. A su exitosa trayectoria literaria se suma una extensa y fecunda labor en el terreno de la crítica de arte.

La palabra desnuda

La crítica especializada reconoce en Corredor-Matheos a uno de los poetas más originales en nuestra lengua, especialmente a partir de Carta a Li Po. Hay consenso en afirmar que parte de la originalidad tiene que ver con la búsqueda de lo absoluto desde la esencialidad de la palabra. Sus poemas son fruto de la unión de dos tradiciones: la espiritualidad occidental y la sensibilidad oriental (principalmente el taoísmo y el budismo zen). Entre la palabra desnuda que quiere volver a su patria, el silencio originario, y el temblor de quien experimenta el gozo de la plenitud acontece la poesía corredoriana. Corredor-Matheos entiende la poesía como un aroma (la presencia de una ausencia) o vacío significativo que nos invita a habitar lo fronterizo, el borde. Los poemas corredorianos no tienen origen en el poeta (causa eficiente), sino en el silencio primordial (causa formal). Sus poemas son respuestas a la interpelación del silencio originario. Este silencio dicente llega al poeta como música, mandato prelingüístico, voz anhelada o «runrún metafísico» (expresión que Corredor-Matheos toma prestada del pintor-poeta Ramón Gaya). Cuando la respuesta es espontánea y fluida, entonces el poeta siente que el poema se hace solo.

Te llegan las palabras
sin que sepas de dónde.
Palabras que te duelen
hondamente
porque están revelando
lo que eres. 

La búsqueda de la esencialidad ha de entenderse como adelgazamiento de la palabra, eliminación de las impurezas. Solo la palabra desnuda puede intentar retornar a su origen: el silencio. Sería un error deducir que la función del poeta es mera pasividad, esto es, un simple dejarse llenar de la música que le llega y le pone manos a la obra. Vaciarse es ya una acción. 

Hemos afirmado que el poeta es el interlocutor del silencio y que sus poemas son la respuesta. Antes de escribir, pues, el poeta debe ponerse a la escucha. Y en esto parecen coincidir el alcazareño y Heidegger. Para el filósofo alemán no es el poeta quien crea el poema ex nihilo sino que le es asignado, adviene. Se trata de otra formulación de lo que podemos llamar la paradoja del poeta: el poeta crea en un acto libre y a la vez obedece un mandato.

Regreso al silencio originario

Al borde presenta un conjunto de poemas ordenados en tres partes. La imagen de la cubierta es un boceto que el propio poeta realizó en agosto de 1961. Fue durante un retiro espiritual en el Monasterio de Montserrat. La estrecha relación entre espiritualidad, arte y poesía es una característica de la obra de Corredor-Matheos. Otras características son la metapoesía —los poemas que reflexionan sobre el propio fenómeno poético—, el empleo de un «tú» dialógico, la écfrasis, la lítote y la ausencia de la ironía como recurso para generar distanciamiento. Porque la poesía corredoriana no quiere distanciarse sino superar las fronteras, buscar la fusión sin confusión, la unidad sin pérdida de las diferencias. Su arte es una invitación a vaciarnos del ruido cotidiano para llenarnos de las cosas y los seres. Poetizar tiene estatuto epistemológico. Conocemos poéticamente las cosas en unión con ellas. No hay un sujeto conocedor y un objeto conocido en el conocimiento poético. La experiencia poética que propone Corredor-Matheos parte de una desubjetivación: una vez liberados del sujeto —cuando ya no estamos sujetos al sujeto— se desdibujan los límites y nos encaminamos al origen. Para conseguirlo, antes debemos desasirnos de la razón que establece continuas delimitaciones. No se trata de abandonarnos al irracionalismo sino de explorar otro tipo de acceso a las cosas y los seres que nos rodean. Frente a una razón instrumental que somete y domina, Corredor Matheos aboga por la docta ignorantia: «Ignorar es la única / manera / de vivir plenamente».  El pájaro no sabe que es pájaro. Ignora su naturaleza, su destino. Nada desea, solo vuela, canta. Y en el volar o en el cantar deja de ser pájaro para ser vuelo, para ser canto. Solo canto. Y siendo solo canto, lo es todo. Vive plenamente: «Vivir igual que el pájaro, / que no sabe que vive, / pero canta».

La vía poética conduce a la iluminación. Para llegar a este estado iluminativo primero hemos de desprendernos de la lógica que separa sujeto conocedor y objeto conocido, ser y nada, palabra y silencio. Cuando hablamos de iluminación nos referimos a la superación de la membrana que separa al yo del mundo y que se experimenta como gozo de la plenitud. Plenitud de serlo todo. La experiencia de la plenitud no puede ser expresada más que como silencio. Lo más cerca que podemos estar del silencio primordial, que no es mera ausencia de sonido ni el silencio del habla cotidiana, es con la palabra desnuda, esencial. Pero el poema no expresa con suficiente intensidad la experiencia de la plenitud, no puede hacerlo. De aquí que el autor de Al borde hable del fracaso de todo poema. 

Se equivocan quienes afirman, como han hecho algunos críticos, que el nihilismo está presente en la obra poética corredoriana. Esto no es exacto y el mismo autor lo ha negado en varias ocasiones. La confusión surge al tomar la nada en sentido occidental —la nada oriental es un «algo», una potencia— o al obviar que cuando se habla de disolución no se trata de aniquilación de la vida sino de las fronteras. La nada, el vacío y el silencio no son «ausencia de» en el universo corredoriano —y en el pensamiento oriental— sino indeterminación, «posibilidad de», matriz generadora de formas y posibilidades.

El poeta es un ser escindido que anhela religarse a la unidad primigenia o Silencio —en mayúsculas— a través de la palabra esencial pero solo consigue vislumbrar pequeños destellos de lo absoluto. 

Todo está lejos si lo miras.
Qué cerca, en cambio,
si lo sientes
muy adentro de ti.
Porque todos los seres
ansían el sentirse
uno solo contigo. 
Y tú, igualmente, ansías
ser sólo en Uno. 

La poesía empieza donde termina el poema. Y en ese pliegue, frontera o borde habita el poeta. No es el poeta un simple hacedor de versos sino un visionario: vislumbra un más acá donde todo está hermanado. En este vislumbrar destellos o ráfagas del misterio consiste la grandeza y la miseria de nuestra naturaleza. 

En el lenguaje sencillo y la actitud humilde reside la hondura de los poemas que presenta Corredor-Matheos en este nuevo poemario. Evita la solemnidad, la pomposidad. Pero también la superficialidad. El poema restaura el significado originario de la palabra, que deja de ser una formulación desgastada por el uso cotidiano para abrir un nuevo campo de significación, una nueva forma de mirar el mundo y el lugar que ocupamos. No tendría sentido distinguir entre temas poéticos y temas no poéticos. Todo, hasta el ser más nimio, es susceptible de activar el resorte que necesita el poeta para desprenderse del «yo». Quien ha visto más allá de la realidad inmediata —realidad ilusoria en el pensamiento oriental— lo comprende todo en silencio. En la hondura sobran las palabras. El poema no puede alcanzar el silencio significativo del que emana y al que quiere volver, pero, cuando es profundo, nos pone en camino. Poesía es un aroma, un vacío, un encaminarse al silencio originario: «Cuando escribes deseas / que tus palabras sean / sólo un paso al silencio».  

Todo poema es una realidad lingüística que se caracteriza por su intraducibilidad: significado y música no pueden ser separados sin que ello implique una pérdida irreparable. Poder acceder a un universo poético tan esencial sin la mediación de la traducción es otro aliciente para los hispanohablantes que se acerquen a la obra de Corredor-Matheos. «Y basta, adiós, es hora de callarnos, / van ya muchas palabras» dicen unos versos unamunianos. Llegados a este punto —no seré yo quien lleve la contraria a don Miguel— es necesario que desaparezca el reseñista y hable el poema: 

Estás al borde, al borde,
y no sabes de qué.
Te parece, de pronto,
verlo todo,
saber que tú eres nada,
acaso siendo todo.


Ilustración: Le silence éternel de ces espaces infinis m’effraie. Lápiz de grafito sobre papel, dibujo de Odilon Redon (1840–1916). Via lookandlearn.